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Denomino orden toda disposición seriada o simétrica. El orden supone necesariamente división, distinción, diferencia. Toda cosa indivisa, indistinta, no diferenciada no puede concebirse como ordenada.
Las ideas de "inteligencia" y de "causa final" son ajenas de la concepción de orden. En efecto, el orden puede aparecernos como resultado imprevisto de propiedades inherentes a las diversas partes de un todo, y en este caso no cabe asignar la inteligencia como principio de orden. Por otra parte, puede existir en el desorden una tendencia o fin secreto: la finalidad no puede ya tomarse como carácter esencial del orden.
El orden, siendo en sus varias manifestaciones serie, simetría, relación, está sujeto a condiciones en las que puede descomponerse, y que son su principio inmediato, su forma, su razón, su medida. En la serie aritmética 3, 5, 7, 9 la ley o razón es 2.
La expresión de una ley, o su descripción, es una fórmula. Toda ley verdadera es absoluta y no exceptúa nada: sólo la ignorancia o la ineptitud de los gramáticos, moralistas, jurisconsultos y otros filósofos, imaginó el proverbio No hay regla sin excepción.
El orden no es algo real, sino meramente formal; es la idea inscrita en la substancia, el pensamiento expresado en cada colección, serie, organismo, género y especie, como la palabra escritura.
Según todo los que llevamos expuesto, el conocimiento es tanto más profundo cuanto a más alto grado se eleva en las propiedades de una serie y determinaciones de un punto de vista; es tanto mayor o más comprensivo cuanto mayor número de aspectos abraza. Pero lo que constituye lo absoluto del conocimiento es la propiedad y la regularidad de la serie.
Los números gobiernan el mundo- decía Pitágoras, y quizás por la palabra numeri, en griego arthmoi, entendía la medida, la armonía, la simetría, en suma, la serie. Pero tomando la palabra de Pitágoras en el sentido ordinario, no cabe admitir su generalidad. Por ejemplo, porque en la sociedad suelen arreglarse los intereses materiales mediante un signo enteramente matemático, la moneda. Muy mal fundaría la sociedad quien pretendiera que ésta brota de una operación de banca, de una combinación financiera. La clasificación de los trabajadores, su educación, la balanza de sus derechos y deberes, son problemas para cuya solución sirve de poco la aritmética.
Los médicos han observado periodos numéricos en ciertas calenturas: ¿prueba eso que la aritmética y el álgebra sean la última palabra de la fisiología? Se han sometido los sonidos al análisis matemático: ¿basta este análisis, que no hubieran podido llevar a cabo la mayoría de los grandes compositores, para formar a un Mozart o a un Beethoven? Y admitiendo que cada sonido sea una relación aritmética, ¿no es sino serie aritmética la sucesión de los muchos millares de esas relaciones de que se componen, por ejemplo, las grandes óperas? No, no son las cifras las que forman a los músicos, como tampoco la prosodia hace a los poetas, ni la estática a los bailarines y arquitectos. Y ¿qué nos enseñaría la Astronomía sobre la ley de los salarios, la cristalografía sobre la formación de las lenguas, la anatomía comparada sobre la legislación y la historia?
Tengamos, pues, por cierto que las series de órdenes diversos son independientes; que no se explican unas a otras. Estando reconocida la independencia de las esferas seriales, un linde insuperable separa unas ciencias de otras, y es para nosotros una contradicción la idea de una ciencia universal. En efecto, aunque supusiéramos todas las ciencias nacidas y por nacer llevadas desde luego a su más alto punto de perfección y reunidas en un solo hombre, bien resultaría para éste la universalidad de los conocimientos, pero no una ciencia universal. Para que hubiese ciencia universal, sería menester que todas las ciencias particulares se enlazasen unas con otras, de modo que formaran una serie demostrable por un principio único y susceptible de ser en su inmensa extensión analizado por una misma ley y reducido a unos mismos elementos. Sería menester que partiendo de cualquiera ciencia, y sin saber nada de las demás, se pudiese todavía crearlas todas con una especie de a priori, lo cual vendría a ser lo mismo que una integración universal.
Ahora bien; la más simple ojeada a las ciencias ya constituidas y clasificadas prueba que eso es imposible. Si alguna cosa en las ciencias pudiera hacer una síntesis general, no sería la presunta identidad de sus últimos teoremas, pues cuanto más progresan tanto más se alejan unas de otras, sino la comunidad de su objeto y la identidad o equivalencia de sus series. Pero las ciencias difieren esencialmente así en su objeto como en su modo de seriación: luego es imposible una ciencia universal.
Una cosa parece, empero, que desvirtúa lo que acabamos de afirmar, y es la misma que en este instante nos ocupa, la ley serial, la Metafísica. Hemos dicho que todas las ciencias dependen de la Metafísica, la cual da a cada una el método y la certeza; ¿por qué, pues, la Metafísica no es la síntesis de las ciencias, la ciencia universal?
Aquí hay q andar con tiento. Lo que produce en las ciencias la diversidad de serie es la diversidad del objeto: por ende, aunque da una teoría general de seriación, las diversas formas de serie no se explican unas por otras, y no hay ciencia universal porque no hay objeto universal.
Pero eso mismo parece contradictorio: ¿cómo puede haber multiplicidad de objeto anteriormente a la serie? Esa proposición es no obstante verdadera, sino absolutamente y en la realidad de las cosas (lo cual no podemos saber), a lo menos de una manera subjetiva y relativamente a nosotros. La substancia, la fuerza, el número, la extensión, y en medio de todo eso quizás un yo primordial, infinito, eterno, no se resuelven para nosotros en un género supremo, no forman entre sí una serie que podamos comprobar: son otros tantos infinitos particulares que dan lugar a distintas series y producen con su asociación nuevos elementos, cuyas series son incalculables por las primeras. Aquí llegamos a los límites del entendimiento humano. Por lo tanto, aunque se sostuviese, lo cual ni siquiera se puede probar, que la ciencia universal es posible objetivamente, que, por ejemplo, existe en Dios tal ciencia, es para nosotros como si no existiera, y nuestra tesis subsiste por entero.
De todas esas consideraciones resulta que la Metafísica, o teoría de la ley serial, no es ciencia, sino método; no método especial y objetivo; sino sumario e ideal; que nos prejuzga ni excluye cosa alguna, acoge todos los hechos y los llama sin temor de que ninguno la desmienta; que de ningún modo pretende dar por sí misma el conocimiento y no se anticipa a la observación para indicar algo, al contrario, primero observa y luego indica: lo cual dista mucho de los supuestos sistemas universales, monumentos de pereza e impotencia.
Extracto de "De la creación del orden en la humanidad o principios de organización política", P.J. Proudhon.
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