Cantopolítico: agosto 2012

El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, ni participa. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

sábado, agosto 11, 2012

Selk'nam: Vida y muerte en Tierra del Fuego

   

Estoy aquí cantando,
el viento me lleva,
estoy siguiendo las pisadas de aquellos que se fueron.

Se me ha permitido venir
a la Montaña del Poder,
he llegado a la gran cordillera del cielo,
camino hacia la casa del cielo.

El poder de aquellos que se fueron vuelven a mí,
los del infinito me han hablado.

Mario Benedetti - Defensa de la alegría


Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y de la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.

Pablo de Rocka - Canto del macho anciano


Sentado a la sombra inmortal de un sepulcro,
o enarbolando el gran anillo matrimonial
herido a la manera de palomas que se deshojan como congojas,
escarbo los últimos atardeceres.

Como quien arroja un libro de botellas tristes a la Mar-Océano
o una enorme piedra de humo echando sin embargo
espanto a los acantilados de la historia
o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
contra la muralla negra.

Y como ya todo es inútil,
como los candados del infinito crujen en goznes mohosos,
su actitud llena la tierra de lamentos.

Escucho el regimiento de esqueletos del gran crepúsculo,
del gran crepúsculo cardíaco o demoníaco,
maníaco de los enfurecidos ancianos,
la trompeta acusatoria de la desgracia acumulada,
el arriarse descomunal de todas las banderas,
el ámbito terriblemente pálido de los fusilamientos,
la angustia del soldado que agoniza entre tizanas y frazadas,
a quinientas leguas abiertas del campo de batalla,
y sollozo como un pabellón antiguo.

Hay lágrimas de hierro amontonadas,
pero por adentro del invierno
se levanta el hongo infernal del cataclismo personal,
y catástrofes de ciudades que murieron y son polvo remoto, aúllan.

Ha llegado la hora vestida de pánico
en la cual todas las vidas carecen de sentido, carecen de destino,
carecen de estilo y de espada,
carecen de dirección, de voz,
carecen de todo lo rojo y terrible de las empresas
o las epopeyas o las vivencias ecuménicas,
que justificarán la existencia como peligro y como suicidio;
un mito enorme, equivocado, rupestre, de rumiante fue el existir;
y restan las chaquetas solas del ágape inexorable,
las risas caídas y el arrepentimiento invernal de los excesos,
en aquel entonces antiquísimo con rasgos de santo y de demonio,
cuando yo era hermoso como un toro negro y tenía las mujeres que quería
y un revólver de hombre a la cintura.

Fallan las glándulas
y el varón genital intimidado por el yo rabioso,
se recoge a la medida del abatimiento o atardeciendo
araña la perdida felicidad en los escombros;
el amor nos agarró y nos estrujó como a limones desesperados,
yo ando lamiendo su ternura, pero ella se diluye en la eternidad,
se confunde en la eternidad, se destruye en la eternidad y aunque existo porque batallo
y «mi poesía es mi militancia»,
todo lo eterno me rodea amenazándome y gritando desde la otra orilla.

Busco los musgos, las cosas usadas y estupefactas,
lo postpretérito y difícil, arado de pasado e infinitamente de olvido,
polvoso y mohoso como las panoplias de antaño,
como las familias de antaño, como las monedas de antaño,
con el resplandor de los ataúdes enfurecidos,
el gigante relincho de los sombreros muertos,
o aquello únicamente aquello que se está cayendo en las formas,
el yo público, la figura atronadora del ser que se ahoga contradiciéndose.

Ahora la hembra domina, envenenada,
y el vino se burla de nosotros como un cómplice de nosotros,
emborrachándonos, cuando nos llevamos la copa a la boca dolorosa,
acorralándonos y aculatándonos contra nosotros mismos como mitos.

Estamos muy cansados de escribir universos sobre universos
y la inmortalidad que otrora tanto amaba el corazón adolescente,
se arrastra como una pobre puta envejeciendo;
sabemos que podemos escalar todas las montañas de la literatura
como en la juventud heroica, que nos aguanta el ánimo
el coraje suicida de los temerarios, y sin embargo yo,
definitivamente viudo, definitivamente solo, definitivamente viejo,
y apuñalado de padecimientos,
ejecutando la hazaña desesperada de sobrepujarme,
el autoretrato de todo lo heroico de la sociedad y la naturaleza me abruma;
¿qué les sucede a los ancianos con su propia ex-combatiente sombra?
se confunden con ella ardiendo
y son fuego rugiendo sueño de sombra hecho de sombra,
lo sombrío definitivo y un ataúd que anda llorando sombra sobre sombra.

Viviendo del recuerdo, amamantándome del recuerdo,
el recuerdo me envuelve y al retornar a la gran soledad de la adolescencia,
padre y abuelo, padre de innumerables familias,
rasguño los rescoldos, y la ceniza helada agranda la desesperación
en la que todos están muertos entre muertos,
y la más amada de las mujeres, retumba en la tumba de truenos y héroes
labrada con palancas universales o como bramando.

¿En qué bosques de fusiles nos esconderemos de aquestos pellejos ardiendo?
porque es terrible el seguirse a sí mismo
cuando lo hicimos todo, lo quisimos todo, lo pudimos todo
y se nos quebraron las manos, las manos y los dientes mordiendo hierro con fuego;
y ahora como se desciende terriblemente de lo cuotidiano a lo infinito,
ataúd por ataúd, desbarrancándonos como peñascos o como caballos mundo abajo,
vamos con extraños, paso a paso y tranco a tranco
midiendo el derrumbamiento general,
calculándolo, a la sordina,
y de ahí entonces la prudencia que es la derrota de la ancianidad;
vacías restan las botellas, gastados los zapatos
y desaparecidos los amigos más queridos,
nuestro viejo tiempo, la época
y tú, Winétt, colosal e inexorable.

Todas las cosas van siguiendo mis pisadas, ladrando desesperadamente,
como un acompañamiento fúnebre,
mordiendo el siniestro funeral del mundo,
como el entierro nacional de las edades, y yo voy muerto andando.
infinitamente cansado, desengañado, errado,
con la sensación categórica de haberme equivocado en lo ejecutado
o desperdiciado o abandonado o atropellado al avatar del destino
en la inutilidad de existir y su gran carrera despedazada.

Comprendo y admiro a los líderes,
pero soy el coordinador de la angustia del universo,
el suicida que apostó su destino a la baraja de la expresionalidad
y lo ganó perdiendo el derecho a perderlo,
el hombre que rompe su época y arrasándola, le da categoría y régimen,
pero queda hecho pedazos y a la expectativa;
rompiente de jubilaciones, ariete y símbolo de piedra,
anhelo ya la antigua plaza de provincia
y la discusión con los pájaros,
el vagabundaje y la retreta apolillada en los extramuros.

Está lloviendo, está lloviendo, está lloviendo,
¡ojalá siempre esté lloviendo, esté lloviendo siempre
y el vendaval desenfrenado que yo soy íntegro,
se asocie a la personalidad popular del huracán!

A la manera de la estación de ferrocarriles,
mi situación está poblada de adioses y de ausencia,
una gran lágrima enfurecida derrama tiempo con sueños y águilas tristes;
cae la tarde de la literatura y no hicimos lo que pudimos,
cuando hicimos lo que quisimos con nuestro pellejo.

El aventurero de los océanos deshabitados,
el descubridor, el conquistador, el gobernador de naciones
y el fundador de ciudades tentaculares,
como un gran capitán frustrado,
rememorando lo soñado como errado y vil
o trocando en el escarnio celestial del vocabulario
espadas por poemas, entregó la cuchilla rota del canto
al soñador que arrastraría adentro del pecho universal muerto,
el cadáver de un conductor de pueblos,
con su bastón de mariscal tronchado y echando llamas.

El «borracho, bestial, lascivo e iconoclasta» como el cíclope de Eurípides,
queriendo y muriendo de amor, arrasándola a la amada en temporal de besos,
es ya nada ahora más que un león herido y mordido de cóndores.
 
Caduco en «la República asesinada»
y como el dolor nacional es mío, el dolor popular me horada la palabra,
desgarrándome, como si todos los niños hambrientos de Chile fueran mis parientes;
el trágico y el dionisíaco naufragan en este enorme atado de lujuria en angustia,
y la acometida agonal se estrella la cabeza en las murallas enarboladas de sol caído,
trompetas botadas, botellas quebradas, banderas ajadas,
ensangrentadas por el martirio del trabajo mal pagado;
escucho la muerte roncando por debajo del mundo
a la manera de las culebras,
a la manera de las escopetas apuntándonos a la cabeza,
a la manera de Dios, que no existió nunca.

Hueso de estatua gritando en antiguos panteones,
amarillo y aterido como crucifijo de prostituta,
llorando estoy, botado, con el badajo de la campana del corazón hecho pedazos,
entre cabezas destronadas, trompetas enlutadas y cataclismos,
como carreta de ajusticiamiento,
como espada de batallas perdidas en  montañas, desiertos y desfiladeros,
como zapato loco.

Anduve todos los caminos preguntando por el camino,
e intuyó mi estupor que una sola ruta, la muerte adentro de la muerte
edificaba su ámbito adentro de la muerte,
reintegrándose en oleaje oscuro a su epicentro;
he llegado adonde partiera, cansado y sudando sangre
como el Jesucristo de los olivos, yo que soy su enemigo;
y sé perfectamente que no va a retornar ninguno de los actos pasados o antepasados,
que son el recuerdo de un recuerdo
como lloviendo años difuntos del agonizante ciclópeo,
porque yo siendo el mismo soy distinto, soy lo distinto mismo y lo mismo distinto;
todo lo mío ya es irreparable;
y la gran euforia alcohólica en la cual naufragaría el varón conyugal de entonces,
conmemorando los desbordamientos felices,
es hoy por hoy un vino terrible despedazando las vasijas o clavo ardiendo.

Tal como esos molos muertos del atardecer,
los deseos y la ambición catastrófica,
están rumiando verdad deshecha y humo
en los sepulcros de los estupendos panteones extranjeros,
que son ríos malditos a la orilla del mar de ceniza que llora abriendo su boca de tromba.

El garañón desenfrenado y atrabiliario,
cuyos altos y anchos veinte años meaban las plazas públicas del mundo,
dueño del sexo de las doncellas más hermosas
y de los lazos trenzados de doce corriones,
da la lástima humillatoria del cazador de leones decrépito y dramático,
al cual la tormenta de las pasiones acumuladas
como culebras en un torreón hundido, lo azota;
me repugna la sexualidad pornográfica,
y el cadáver de Pan enamorado de la niña morena;
pero el viejo es de intuición y ensoñación e imaginación cínica
como el niño o el gran poeta a caballo en el espanto,
tremendamente amoral y desesperado,
y como es todo un hombre a esas alturas,
anda levantándoles las polleras a las hembras chilenas e internacionales
y cayendo de derrota en derrota en la batalla entre los hechos y los sueños;
es mentira la ancianidad agropecuaria y de égloga,
porque el anciano se está vengando,
cuando el anciano se está creando su pirámide;
como aquellos vinos añejos, con alcohol reconcentrado en sus errores
y ecos de esos que rugen como sables o como calles llenas de suburbio,
desgarraríamos los toneles si pudiese la dinamita adolorida del espíritu
arrasar su condensación épica, y sol caído, su concentración trágica,
pero los abuelos sonríen en equivalente frustrados,
no porque son gangochos enmohecidos, sino rol marchito,
pero con fuego adentro del ánimo.

Sabemos que tenemos el coraje de los asesinados y los crucificados por ideas,
la dignidad antigua y categórica de los guerreros de religión,
pero los huesos síquicos flaquean, el espanto cruje de doliente
y se caen de bruces los riñones, los pulmones, los cojones de las médulas categóricas.

Agarrándonos a la tabla de salvación de la poesía, que es una gran máquina negra,
somos los santos carajos y desocupados de aquella irreligiosidad horrenda
que da vergüenza porque desapareció cuando desapareció el último «dios» de la tierra,
y la nacionalidad de la personalidad ilustre,
se pudre de eminente y de formidable como divino oro judío;
todo lo miramos en pasado, y el pasado, el pasado,
el pasado es el   porvenir de los desengañados y los túmulos;
yo, en este instante, soy como un navío que avanza mar afuera
con todo lo remoto en las bodegas y acordeones de navegaciones;
querríamos arañar la eternidad y a patadas, abofeteándola,
agujerear su acerbo y colosal acero;
olorosos a tinajas y a tonelería o a la esposa fiel, a lágrima deshabitada,
a lo chileno postpretérito o como ruinoso y relampagueante,
nuestros viejos sueños de antaño ya hogaño son delirio,
nuestros viejos sueños de antaño, son llanto usado y candelabros de espantajos,
valores de orden y categorías sin vivencias.

Envejeciendo con nosotros, la época en desintegración entra en coma,
entra en sombra, entra toda la gran tiniebla de quien rodase periclitando,
pero por adentro le sacamos los nuevos estilos contra los viejos estilos
arrastrándolos del infierno de los cabellos restableciendo lo inaudito de la juventud,
el ser rebelde, insurgente, silvestre e iconoclasta.

La idolatrábamos, e idolatrándola,
nos revolcábamos en la clandestinidad de la mujer ajena
y retornábamos como sudando lo humano, chorreando lo humano, llorando lo humano,
o despavoridos o acaso más humanos que lo más humano entre lo más humano,
más   bestias humanas, más error, más dolor, más terror,
porque el hombre es precisamente aquello,
lo que deviene sublimidad en la gran caída, flor de victorias-derrotas llamando,
gritando, llorando por lo desaparecido,
como grandes, tremendos mares-océanos degollándose en oleajes,
criatura de aventura contra el destino,
voz de los naufragios en los naufragios resplandeciendo, estrella de tinieblas,
ahora no caemos porque no podemos y como no caemos,
a la misma altura, morimos, porque el cuero del cuerpo,
como los viejos veleros, se prueba en la tormenta;
del dolor del error salió la poesía, del dolor del error y el hombre enorme,
contradictorio, aforme, acumulado,
el hombre es el eslabón perdido de una gran cadena de miserias,
el hombre expoliado y azotado por el hombre,
y hoy devuelvo a la especie la angustia individual;
adentro del corazón ardiendo nosotros la amamantamos con fracasos
que son batallas completamente ganadas en literatura, contra la literatura;
la amamos y la amábamos con todo lo hondo del espíritu,
furiosos con nosotros, hipnotizados, horrorizados, idiotizados,
con el   ser montañés que éramos, agrario-oceánicos de Chile,
ahora es ceniza, ceniza y convicción materialista, ceniza y desesperación helada,
lo trágico enigmático, paloma del mundo e historia del mundo,
y aquella belleza inmensa e idolatrada, Luisa Anabalón, entrañas.

Ruge la muerte con la cabeza ensangrentada y sonríe pateándonos,
y yo estoy solo, terriblemente solo, medio a medio de la multitud que amo y canto,
solo y funeral como en la adolescencia,
 solo, solo entre los grandes murallones de las provincias despavoridas,
solo y vacío, solo y oscuro, solo y remoto, solo y extraño, solo y tremendo,
enfrentándome a la certidumbre de hundirme para siempre
en las tinieblas sin haberla inmortalizado con barro llorado,
y extraño como un lobo de mar en las lagunas.

Los años náufragos escarban, arañan, espantan
son demoníacos y ardientes como serpientes de azufre,
porque son besos rugiendo, pueblos blandiendo la contradicción,
gestos mordiendo, el pan candeal quemado del presente,
esta cosa hueca y siniestra de saberse derrumbándose,
cayendo al abismo abierto por nosotros mismos, adentro de nosotros mismos,
con nosotros mismos que nos fuimos cavando y alimentando de vísceras.

Así se está rígido, en círculo, como en un ataúd redondo y como de ida y vuelta,
aserruchando sombra, hachando sombra, apuñalando sombra,
viajando en un tren desorbitado y amargo que anda tronchado en tres mitades y llora inmóvil,
sin itinerario ni línea, ni conductor, ni brújula,
y es como si todo se hubiese cortado la lengua entera con un pedazo de andrajo.

Muertas las personas, las costumbres, las palabras,
las ciudades en las que todas las murallas están caídas, como guitarras de desolación,
y  las hojas profundas, yertas,
yo ando tronando, desorientado, y en gran cantidad
melancólicamente uncido a antiguas cosas arcaicas que periclitaron,
a maneras de ser que son yerbajos o lagartos de ruinas,
y me parece que las vías publicas son versos añejos y traicionados o cirios llovidos;
la emotividad épica se desgarra universalmente en el asesinato general del mundo,
planificado por los verdugos de los pueblos,
a la espalda de los pueblos entre las grandes alcantarillas de dólares,
o cuando miramos a1 mixtificador, ahito de banquetes episcopales
hartarse de condecoraciones y dinero con pelos, hincharse y doparse
enmascarándose en una gran pausa humana y refocilándose como un gran demonio
y un gran podrido y un gran engendro de Judas,
condecorado de bienestar burgués sobre el hambre gigante de las masas,
relajándolas y humillándolas.

Encima de bancos de palo que resuenan como tabernas,
como mítines, como iglesias o como sepulcros,
como acordeones de ladrones de mar en las oceanías de las cárceles
o como átomos en desintegración,
sentados los ancianos me aguardan desde cinco siglos
hace con los brazos cruzados a la espalda,
a la espalda de las montañas huracanadas que les golpean los testículos,
arrojándolos a la sensualidad de la ancianidad, que es terrible,
arrojándolos a patadas de los hogares y de las ciudades,
porque estos viejos lesos son todos trágicos,
arrojándolos, como guiñapos o pingajos, a la nada quebrada de las apátriadas
a lo que nadie quiere, porque nadie teme.

Eduardo Paz - Mapudungun Volador


Sueña despierto mapudungun volador
abre tus ojos al vacío y al temblor

Y las estrellas ya amaneciendo están
y los automóviles cantan canciones de paz
y tus zapatos cuelgan del amanecer
han heredado por las garras del poder
son miles de historias que cuelgan de tus labios
enorgullecen almas
valorizando el corazón de las gentes
milenaria vocación
piedras que caen sobre la melancolía
de renacer al viento
de concentrar la vida
revisando las hojas
texto de alguna hormiga
de evocar amores
al ritmo de sus besos
memorizando formas
amenazando al tiempo

Sueña despierto mapudungun volador
abre tus ojos al vacío y al temblor

Patricio Manns - La muerte no va conmigo


La muerte no va conmigo
la vida va en fuego entero,
me plazco en sangrar la sombra
del carnicero.
La muerte no va conmigo
la extravié de mi escarcela,
no corta rabo ni oreja,
ni duerme en vela.
Cuando la mano recurre
a este supremo argumento
se va nublando el camino,
naufragan los elementos,
soplan los vientos contrarios
y se hunden los miramientos.
Hoy se piensa que en vez de arar,
de amar y volar,
de abrir y cantar
es mejor matar.
La muerte no va conmigo
la borro sobre mi tapa,
la arrío de mi lucero,
la rebajo con mi capa,
la insulto con mi sombrero
y la degüello en mi mapa.

El futuro es de la vida,
los pueblos aman la vida,
lo muerto no,
la muerte no,
los muertos no.

La muerte no va conmigo
la vida va en fuego entero,
me plazco en sangrar la sombra
del carnicero.
La muerte no va conmigo
la extravié de mi escarcela,
no corta rabo ni oreja,
ni duerme en vela.
La muerte no va conmigo
y a quien haga el desacato
lo mato con estas manos,
mato y remato.

Pedro Lemebel - Manifiesto (hablo por mi diferencia)



No soy Passolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como el barco del General Ibañez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeandonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice :
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Super-buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrilazo de la CNI
lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseño la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y esa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subersvo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.

Este texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en Septiembre de 1986, en Santiago de Chile.

Stella Díaz - Dos de noviembre


No quiero
que mis muertos descansen en paz
tienen la obligación
de estar presentes
vivientes en cada flor que me robo
a escondidas
al filo de la medianoche
cuando los vivos al borde del insomnio
juegan a los dados
y enhebran su amargura

Los conmino a estar presentes
en cada pensamiento que desvelo.

No quiero que los míos
se me olviden bajo la tierra
los que allí los acostaron
no resolvieron la eternidad.

No quiero
que a mis muertos me los hundan
me los ignoren
me los hagan olvidar
aquí o allá
en cualquier hemisferio

Los obligo a mis muertos
en su día.
Los descubro, los trasplanto
los desnudo
los llevo a la superficie
a flor de tierra
donde está esperándolos
el nido de la acústica.

Nicanor Parra - Oda a las palomas


Qué divertidas son
Estas palomas que se burlan de todo
Con sus pequeñas plumas de colores
Y sus enormes vientres redondos.
Pasan del comedor a la cocina
Como hojas que dispersa el otoño
Y en el jardín se instalan a comer
Moscas, de todo un poco,
Picotean las piedras amarillas
O se paran en el lomo del toro:
Más ridículas son que una escopeta
O que una rosa llena de piojos.
Sus estudiados vuelos, sin embargo,
Hipnotizan a mancos y cojos
Que creen ver en ellas
La explicación de este mundo y el otro.
Aunque no hay que confiarse porque tienen
El olfato del zorro,
La inteligencia fría del reptil
Y la experiencia larga del loro.
Más hipnóticas son que el profesor
Y que el abad que se cae de gordo.
Pero al menor descuido se abalanzan
Como bomberos locos,
Entran por la ventana al edificio
Y se apoderan de la caja de fondos.

A ver si alguna vez
Nos agrupamos realmente todos
Y nos ponemos firmes
Como gallinas que defienden sus pollos.

Octavio Paz - Decir, Hacer


A Roman Jakobson

Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.