Cantopolítico

El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, ni participa. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

viernes, enero 08, 2016

Manuel Rojas - De qué se nutre la esperanza


Todo ser humano, por miserable que sea su condición, tiene una esperanza, pequeña o grande, noble o innoble, inalcanzable o próxima, pero esperanza al fin. Una parte de su ser vive en y de esa esperanza, se alimenta de ella y en ella.

Hay días en que esa esperanza amanece reducida al mínimo, misérrima, espantosamente misérrima. Sus posibilidades de realizarse se han alejado o destruido y el ser humano piensa y siente que más valdría que esa esperanza muriese y con ella aquella parte de su ser que vive de ella y  en ella, que se alimenta en ella y de ella y que en esos momentos ni se alimenta ni vive, pues está miserable, tan miserable como la esperanza misma.

Pero el hombre tiene, además, otra esperanza: la de que han de venir días mejores para la suya. La deja, entonces, así, pequeña, entumecida, raquítica, y espera; rechazarla sería rechazarse a sí mismo, matarla equivaldría a matar lo que él más estima en sí mismo.

Hay veces en que el ser humano espera vanamente: su esperanza muere en él, tan marchita como él. Otras veces, en cambio, en aquella raíz casi podrida hay un rebrote, un rebrote que puede morir al poco tiempo o que puede traer otros y otros, fuertes y erguidos, apretados de savia, casi agresivos de vitalidad. El ser humano se siente entonces como debe sentirse un rosal en septiembre: pleno, próximo a estallar incapaz de resistir la ola de vida que asciende y circula por sus venas. La esperanza está próxima a convertirse en realidad.

Se ha esperado mucho tiempo, han transcurrido muchos días, terribles y amargos días, días de silencio, días en que se prefería no recordar que se tenía esperanza, días de rencor contra aquellos que impedía su desarrollo, días de desprecio para lo que pudiendo vigorizarla, no la vigorizaba. Días de desprecio, en fin, para sí mismo. ¿Cómo se pudo poner una esperanza en manos tan inhábiles, entregarla a dedos tan torpes, a fuerzas tan inútiles?

Todo aquello, sin embargo, no fue en vano: aquí está la esperanza, rebrotando con una fuerza que produce miedo, con una que está casi más allá de nuestra capacidad de soportarla. Es triste, claro está, muy triste que una esperanza se nutra de hombres muertos, de ciudades rendidas o destrozadas, de incendios, de sangre y de exterminio, pero no siempre le es dado al hombre elegir la materia con que se nutrirá la esperanza.

Revista "Babel"
N° 46. Santiago, 1948.

miércoles, mayo 29, 2013

Raúl Sendic - Los recursos humanos



Dentro de los recursos naturales de un país -clima, agua, suelo, topografía, vegetales, fauna- está el mayor o menor potencial económico humano. Es lo que quedó en Europa después que la Segunda Guerra destruyó todo: gente que sabía poner en marcha una producción de alta tecnología. Por esa razón el Plan Marshall de ayuda tuvo espectacular respuesta allí y no en otros lados. Una inversión en maquinaria tiene diez años de vida: una inversión en la alimentación, la salud y la enseñanza fructifica durante cuarenta años".

Iniciativa individual y Plan

"De cada uno según su capacidad" no se refiere solamente a, la capacidad intelectual o adquirida. También pueden variar las inclinaciones idiosincraticas que deben ser respetadas, porque el trabajo debe ser lo más voluntario y deseado posible. Algunas personas funcionan mejor en equipo y otras solas, lo que no quiere decir para sí. Un número creciente tendrá conciencia social del trabajo, pero no se puede asumir que esta es la motivación de todos, hasta que no se logre que sea así.

Muchas personas tienen proyectos de producción que pueden hacer avanzar la economía. El hombre, en general, hace proyectos, una parte de los cuales son económicos: algunos de consumo, otros más indefinidos, de ahorro por ejemplo, otros de producción. Ocurre frecuentemente en el capitalismo, que sobre la misma empresa familiar, el abuelo haga proyectos de producción (reinvierte ganancias), y el nieto los haga de consumo (gasta ganancias). Si se mata toda la iniciativa individual para producir, sólo quedan los proyectos de consumo.

Mucha gente está dispuesta a un sacrificio del consumo, a veces durante años con el objetivo de realizar sus proyectos de trabajo. Es el caso de los estudiantes, de los agricultores que sacrifican su consumo para reinvertir y otros. Y no siempre con miras al lucro ulterior (no son mayoría los médicos que en los países subdesarrollados recuperan con lo que ganan, los años de trabajo gratuito de sus estudios).

Un universitario presenta a la sociedad un hecho consumado: hay que darle trabajo en la profesión para la que estudió. Otros proyectos de trabajo o producción deben tener igual oportunidad porque nada de esto es antieconómico mientras no interfiera en los planes generales; incluso la posibilidad de obtener créditos para poder llevar adelante a sus expensas —o sea con limitación temporal del consumo— un proyecto de producción acorde con su vocación.

Las diferencias con la iniciativa privada capitalista son por lo menos dos. Una es que ofrece iniciativa de producción a todos, no sólo a los que tienen capital o propiedades para lograr crédito. Otra es que crea a la empresa socializada, o que se integra en el Plan general, o que no está reñida con él. O sea que permite la ramificación del Plan por la iniciativa individual o popular. Aquí hay que casar dos poderosos factores económicos, que no siempre son contrapuestos: aprovechar toda la riqueza en variedad, calidad y dinamismo que históricamente le ha dado la iniciativa privada a la economía, con las ventajas que ahora también ha mostrado el Plan para lograr grandes objetivos evitando el desperdicio y la desigualdad.

Esto se logra quitándole a la iniciativa privada sus aspectos negativos, como la tendencia en los países subdesarrollados a encauzarse en el comercio, que exige menor especialización, el peligro de que siembre el caos, la redundancia (doble empleo) o la desigualdad social. Todo esto se corrige impidiendo el aprovechamiento privado de esta iniciativa y filtrándola para que no interfiera con el Plan. Pero éste es impotente como tal para captarla, porque aún el planificador más minucioso desconoce el potencial económico latente en cada individuo: La experiencia dice que el Plan es más adecuado para los grandes objetivos y la iniciativa individual y popular para los pequeños y medios.

Creatividad e interés en la producción

Aparte de proyectos de trabajo y producción, hay una creatividad para inventar o innovar en la producción o en su organización, que puede permitir a veces dar un gran salto en la economía. Esto es reconocido hasta por las empresas capitalistas que organizan "tormentas cerebrales" entre empleados para captar iniciativas en esas discusiones colectivas. O los "círculos de calidad" en cada sección de fábrica en Japón, constituidos por grupos menores de doce personas, que discuten cómo organizar mejor el trabajo en su sector.

Toda esta creatividad tropieza con el bizarro lema del burócrata —y el profesional universitario no suele ir a la zaga en la toma de iniciativas— de que "lo que se me ocurre a mí, no se le puede ocurrir a nadie". Por lo tanto hay que encontrar vías especiales para que esa creatividad no se vea frustrada. En la fábrica, la célula es donde mejor pueden expresarse todos, más que la asamblea (los malos oradores también pueden tener mucha iniciativa). Pero estas células deben funcionar con un mecanismo de intercambio mutuo muy fluido de proposiciones para que tengan un panorama amplio.

La célula debería constituir la unidad de toda democracia. La asamblea, como el mitin son didácticos y tienen el objetivo de enfervorizar. Cómo órgano resolutivo muestran en su haber grandes fechorías históricas, desde aquella de Atenas que decidió el asesinato de toda la población de Lesbos, a instancias de un demagogo, hasta las ejecuciones y contra-ejecuciones en que demagogo, hasta las ejecuciones y contra-ejecuciones en que naufragó la Revolución Francesa. En la producción, la célula debe garantizar en general la iniciativa, alguna resolución y el control, pero la ejecución debe ser lo más individual posible.

Para captar los proyectos de trabajo y producción, así como la creatividad para la fabricación y organización sin trabas, o para decirlo mejor, para eludir el escollo burocrático, es conveniente desarrollar organismos dependientes de la enseñanza, que también contaría con un Instituto de Tecnología Aplicada, como existe en varios países, para llevar adelante sus propias iniciativas.

Se le agregarían facultades para autorizar créditos, etc. para la ejecución de estas iniciativas y también un control de calidad de los artículos para proteger al consumo.

Es un engaño creer que el incentivo económico es el motor de la economía capitalista, ya que aún en ella existen otras motivaciones. Se manifiesta una fuga de los trabajos tediosos y una búsqueda de los trabajos prestigiosos, por ejemplo, para lo cual el estudio y la especialización suelen ser la vía, así como esos proyectos de producción ya mencionados. Despojándolas de la posibilidad de lucrar a costa de otros, todas estas iniciativas de trabajo dinamizan la economía mientras que el incentivo económico contenido en ellas no es distinto al del obrero por su salario.

Una de las formas en que el ser humano se realiza es automanteniéndose, de ahí el orgullo del joven o de la mujer por su primer salario. Hay trabajos que tienen otras compensaciones, él ver crecer sus plantíos para el agricultor, la cura de un enfermo para el médico. Pero hay otros que no tienen más que la remuneración —aparte del sentido social del trabajo, que lo tienen todos. Es un buen índice que la gente trate de escapar de estos trabajos, aún a costa de menor remuneración global.

Es el hombre siempre persiguiendo sus proyectos y realizándose en sus obras, y es así que muchas personas que han vivido huyéndole al trabajo, terminan recibiendo una prescripción de laborterapia en el diván de un psicoanalista. Otros escapan al trabajo físico y terminan en el aerobismo o practicando ejercicios tediosos en un gimnasio.

Existe un trabajo sano, lleno de compensaciones que no hay tanta prisa en sustituir. Un ejemplo puede ser el que la tecnología aplicada a la agricultura no progrese, en los países subdesarrollados, tanto como en los desarrollados, aunque también en ellos parece haberse detenido, y que se concrete en herramientas que transformen las tareas agobiadoras en otras más sanas y gimnásticas, sin suprimir la fuerza humana ayudada por elementos químicos, como fertilizantes, herbicidas y otros. Lo mismo es deseable para las tareas domésticas ya que el confort también mata. En Suiza las defunciones' por accidentes cardiovasculares ascendieron a 18% en 1920 y se elevaron a 43% en 1978.

El objetivo no es transformar al hombre de actor en espectador, ni en un consumidor compulsivo desentendido de la producción. Y en tal sentido son necesarios no sólo sus proyectos, sino también los de la sociedad. Para que la sociedad cumpla con el objetivo "a cada uno según sus necesidades", es necesaria una mística de "economía de guerra", que será tanto más imprescindible cuanto más mayoritarios sean los sectores desposeídos de bienes.

Hay que reconocer que entre los proyectos por los cuales el hombre se realiza, son muchos los ligados al consumo y obtenibles con un trabajo mayor. Se debe destruir la mentalidad de lograr ingresos injustos explotando a otros, pero admitir que uno trabaje más que otro para realizar sus proyectos. La buena formulación de la consigna sería pues "a cada uno según sus necesidades básicas, cubiertas éstas, a cada uno según su trabajo".

Extracto del libro de Raúl Sendic "Reflexiones sobre política económica".

viernes, enero 25, 2013

Julio Cortazar - Apuntes al margen de una relectura de 1984


Discurso del idiota

Una noche, creo que en Torún, cuna de Copérnico, el pintor Matta me vio llegar y me saludó, diciéndome: «¡Ah, aquí está, el idiota!. »Me quedé un tanto helado, pero la explicación vino en seguida: «Te llamo idiota como lo llamaban al príncipe Mishkin, porque a ti te ocurre como a él, meter el dedo en la llaga con la mayor inocencia, y estás siempre alarmando a la gente porque dices las cosas más inapropiadas en cualquier circunstancia, y sólo algunos sé dan cuenta de que no eran de ninguna manera inapropiadas. Tú entretanto; no entiendes nada de lo que pasa, igual que el príncipe de Dostoievski. Tal vez aquí tampoco entiendo nada, querido Matta.

El horror: totalidad y parcialidad

Casi desde el comienzo; la certidumbre de que el horror tiene un límite al que sólo se llegará después de bajar un incontable número de peldaños. El infierno de Dante Alighieri es estático, jerárquico; los grados del horror se abarcan desde la invocación inicial, la esperanza que queda atrás para siempre, pero se abarcan desde un narrador que sólo participa como testigo y que al fin, lo sabemos, volverá a ver el sol y las demás estrellas. Winston Smith, en cambio, no volverá de su inmersión en el horror, y de alguna manera lo sabe desde el principio; cuando O'Brien se lo dice en la última etapa, no le dice nada nuevo; Winston Smith deberá bajar uno a uno los peldaños, y en algunos de ellos habrá como una esperanza agazapada: Julia O'Brien, el anticuario, un destello de posible salvación que se negará a sí mismo y mostrará su traición y su engaño, hasta obligarlo a su vez a la traición y al autoengaño final. El horror es infinitamente más grande en 1984 porque su límite no está en sí mismo, en la progresión del mal, sino en la inversión de la esperanza, el descubrimiento de que es también una de las fuerzas del mal. Lo que en un famoso relato de Villiers de L'Isle Adam se condensa en una inversión final y fulminante (La tortura por la esperanza), en el de Orwell se da en una serie de desgarramientos; la esperanza no es posible pero sin embargo está ahí, y la comprobación de su imposibilidad es cada vez la ocasión del desgarramiento. El fondo del horror está en una escena final nada horrible en sí misma, el breve reencuentro de Winston y Julia, cuando los dos saben que se han traicionado mutuamente y sólo buscan separarse, olvidarse, seguir traicionándose allí donde en lo más hondo de sí mismos había latido la esperanza.

Obviamente, el horror en 1984 es una figura que sólo alcanza su sentido fuera del libro, en la realidad histórica que lo contiene parcial y no totalmente. Un sentido figurado: el mundo podría llegar a ser como el de 1984, puesto que ya lo es en algunas de sus facetas. Por eso Orwell puede saltar del realismo a la alegoría, a la figura total, no cree, ni tampoco busca que el lector crea que el mundo va a llegar a ser el de 1984, pero al proyectar ficticiamente el horror a sus últimas consecuencias, nos sitúa frente a nuestra responsabilidad, y esa responsabilidad supone la esperanza; es ésta quien hace entrar en acción a la responsabilidad que lleva a la lucha para impedir que 1984 pueda cumplirse en cualquier otro año del siglo. Y es mi esperanza la que escribe estas líneas en un momento en que muchos fragmentos y esbozos del mundo de 1984 se manifiestan inequívocamente en nuestra realidad. Ahora bien, el mundo orwelliano es el Mal que ya ha triunfado; el nuestro (ese en el que creemos y por el cual luchamos) contiene el Mal en el seno del Bien; y si ésta es también una figura, podemos ya pasar de nuestro lado y hablar de reacción dentro de la revolución; terreno crítico si lo hay, y precisamente por eso terreno de la máxima responsabilidad del escritor comprometido con la causa de los pueblos. (Y no sólo de él, por supuesto, pero aquí me sitúo en mi terreno específico, sin pretender entrar en el de los ideólogos y los politólogos.)

Los grados de la crítica

Me muevo en el contexto de los procesos liberadores de Cuba y de Nicaragua, que conozco de cerca; si critico, lo hago por esos procesos y no contra ellos; aquí sé instala la diferencia con la crítica que los rechaza desde su base; aunque no siempre lo reconozca explícitamente. Esa base es casi siempre escamoteada; prácticamente no se niega nunca al socialismo como ideología válida; mientras que se denuncian y atacan vehementemente los frecuentes errores de su práctica. A la cabeza (y a la vez en el fondo cuando sé trata de Cuba) está la noción de la URSS vista como un régimen execrable; Stalin borra la imagen de Lenin, y Lenin la de Marx. Esa crítica no acepta el socialismo como ideología viable, y no lo acepta por las mismas razones que el capitalismo enuncia desembozadamente; así como éste supone un elitismo económico dominante e imperialista, esa crítica intelectual supone un elitismo «espiritual» que se alia automática y necesariamente al económico.

Pero eso, claro, no se dice nunca. El miedo signa ésa crítica: el miedo de perder un status milenario.

Cuando no se tiene en cuenta esta opción básica, ese tipo de crítica puede convencer a muchos, y de hecho los convence, máxime cuando se hace con inteligencia y con el beneficio del prestigio que da una importante obra literaria paralela; ¿cómo echar en saco roto las críticas de un Octavio Paz, de un Mario Vargas Llosa? Personalmente comparto muchos de sus reparos, con la diferencia de que en mi caso lo hago para defender una idea del futuro que ellos sólo parecen imaginar como un presente, mejorado, sin aceptar que hay que cambiarlo de raíz. Estoy de acuerdo con ellos en su punto de vista sobre problemas tales como el de Polonia o Afganistán, sobre los atropellos a la dignidad y a los derechos humanos que se repiten ominosamente en muchos regímenes socialistas (quiero decir, en muchos regímenes que a cada reiteración de esos atropellos se alejan del socialismo en vez de afirmarlo); estoy de acuerdo en que ningún argumento ideológico justifica poner el todo sobre las partes, la noción global de pueblo sobre la de individuo (pero en la medida en que la noción de individuo no escamotee la de pueblo, como es el caso en ese tipo de crítica siempre egocéntrica, que extrapola a los Sakharov o a los Padilla al conjunto de sus compatriotas y los convierte a todos en víctimas por lo menos potenciales.) Hace rato que me reprochan no sumarme explícitamente a este tipo de denuncias; bueno, ahí tienen la denuncia, pero no les va a servir para gran cosa; porque mi crítica se abre y se cierra en cada caso concreto sin proyectarse a procesos sociales de una infinita complejidad y que de ninguna manera quedan invalidados, como se pretende, por errores e injusticias condenables pero circunstanciales, aborrecibles pero superables. Toda la diferencia está entre negar el socialismo como camino político viable, y defenderlo porque se lo critica, porque en cada caso concreto se denuncian errores y sus aberraciones.

Y ya que estamos...

Rimbaud lo dijo para siempre: Hay que cambiar la vida. Tanto él como Marx comprendieron que si la vida seguía por el cauce que hasta el siglo XX buscó trazarle ese Pantocrátor que también se llama Historia de Occidente, el destino del hombre era 1984. Ocurre entonces que el socialismo nace para destruir al Pantocrátor en la imagen del Zar, como Fidel Castro lo destruye en la de Batista y los sandinistas en la de Somoza. La noción del hombre nuevo surge inevitablemente; entonces, claro, empiezan los problemas en este ajedrez humano, demasiado humano.

Para empezar: ¿en qué medida puede gestarse el hombre nuevo? ¿Quién conoce los parámetros? Hay un esquema ilusorio que rápidamente deriva al sectarismo y al empobrecimiento de la entidad humana: el de querer crear un tipo de revolucionario permanente, considerado a priori como bueno, abnegado, etc. Como bien lo supieron en Cuba, esta idealización entraña la negación de todas las ambivalencias libidinales, de las pulsiones irracionales; en última instancia se traduce en cosas tales como la condena del temperamento homosexual, del individualismo intelectual cuando se expresa en actitudes críticas o en actividades aparentemente desvinculadas del esfuerzo revolucionario, y puede abarcar en su repulsa al sentimiento religioso considerado como un resabio reaccionario.

En Cuba hace rato que las tentativas parciales por imponer el esquema idealista del hombre nuevo han cedido a una visión más abierta que se hace sentir positivamente en todos los planos, desde el intelectual hasta él lúdico y el erótico; nadie sabe en verdad cómo deberá ser el hombre nuevo, pero en cambio los cubanos parecen saber cuál es la cuota de hombre viejo que no se le puede quitar sin mutilarlo irremisiblemente. Una experiencia de veinte años empieza a dar resultados positivos en este campo fundamental; pero, por supuesto, la impenitente crítica antisocialista insiste en denunciar el primer esquema ya superado como si fuera permanente; le basta un caso aislado, un poeta en la prisión, un científico perseguido, para decretar el gulag total.

El viraje negativo de la imagen exterior de Cuba sé dio, es sabido, como consecuencia del llamado «caso Padilla», a comienzo de los años setenta, qué en su momento condensó la visión errónea nacida del esquema ilusorio, y que se tradujo en medidas coercitivas que humillaban en vez de transformar, buscando un valor catártico y hasta ejemplar en cosas tales como la autocrítica pública, sin conseguir otra cosa que un estado de temor permanente, un pregusto de todo lo que en su última instancia desemboca en el terror de 1984. Esto lo saben de sobra los cubanos, y aquellos que hoy lo niegan se cuentan seguramente entre quienes estuvieron más atemorizados y más callados en aquel momento.

Si para algo sirvió en definitiva el caso Padilla, fue para separar el trigo de la paja fuera de Cuba, pues la crítica se escindió en las dos vertientes de que se habla más arriba. Mi crítica, por más solidaria que fuese, me valió siete años de silencio y de ausencia, pero era una crítica que acaso, ayudó a franquear el paso del esquema ilusorio a otro en el que la necesidad de renovación no ignorara las pulsiones que hacen de un hombre lo que verdaderamente es. En cambio la crítica antisocialista se aferró a todas las extrapolaciones y generalizaciones que su retórica era capaz de inventar, y desde entonces hasta hoy, quince años después, sigue anclada en la denuncia permanente de algo transitorio; su periódica reiteración responde mecánicamente a la misma técnica: denunciar un atropello verdadero o no (Arenas, Valladares, etc.) y lanzar desde ahí la monótona escalada a la totalidad de lo cubano, porque esa totalidad es el socialismo en marcha, y de lo que se trata es de acabar con él.

Esa crítica no me duele por sí misma sino porque opera en terreno favorable, con el sostén y el apoyo tácitos de los norteamericanos del establishment y de los intereses capitalistas mundiales. Los cubanos han contribuido no poco a favorecerla, aunque les sorprenda oírlo; demasiado solos en su isla, nunca comprendieron toda la importancia de estar auténticamente presentes en el exterior a través de su red diplomática y otros medios de información. La famosa carta de los intelectuales franceses a Fidel Castro, cuando el caso Padilla, fue una carta paternalista e imperdonable por su insolencia, pero puedo afirmar con todas las pruebas necesarias que esa carta no hubiera sido enviada si el primer pedido de información sobre los hechos —que firmé con muchos otros— hubiera tenido una respuesta en un plazo razonable. Es penoso comprobar, en Francia, por lo menos, que los episodios que se dan como negativos y qué la crítica explota a fondo y diariamente, son aquellos que sé marcan más en la memoria colectiva, puesto que hay poca información sobre el prodigioso avance socioeconómico, cultural y científico de Cuba no sólo con respecto a su propio pasado sino frente al conjunto de los países latinoamericanos, la mayoría de ellos más ricos y poderosos que esa pequeña isla pero incapaces de operar el paso decisivo de la dependencia a la toma de posesión de su verdadera y escamoteada identidad nacional que reemplazan por un patriotismo vocinglero del que el fútbol y las islas Malvinas dan el mejor ejemplo.

En ese sentido la crítica antisocialista ha marcado puntos y los seguirá marcando si Cuba no proyecta mejor su verdadera imagen. A veces creo soñar cuando algún francés me interroga sobre el caso Padilla; si le explicoque eso es analógicamente como si me preguntara sobre los dinosaurios, se asombra un poco pues lo sigue viendo como algo actual y operante. Nicaragua, en cambio (es verdad que su revolución tiene la frescura de la infancia) ha logrado crear una imagen cada vez más amplia y completa en Europa, pese al diluvio de falsedades provenientes de Washington. ¿Pero no me estoy alejando demasiado de 1984?

Los muchos caminos del buen camino

No, y por una razón muy simple: la necesidad y el deber de luchar contra todos los brotes de Arimán en las tierras de Ormuz. El horror de 1984 sólo podrá evitarse si, paradójicamente, se combate contra sus gérmenes y sus latencias, dentro del campo mismo de Ormuz, dentro de un proceso socialista que es el polo opuesto del mundo imaginado por George Orwell.

Hay dos críticas igualmente necesarias: la que hagamos del Moloch norteamericano, como exponente imperial de la dominación capitalista, y la que hagamos del socialismo cuando creemos que yerra el camino. Y de esta última se trata aquí como se ha visto, en la medida en que toca directamente a Cuba y a Nicaragua. Hay que volver, pues, a la cuestión del hombre nuevo que preocupa a estas dos jóvenes revoluciones..
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¿Pueden modificarse las estructuras antropológicas tradicionales, en las que sigue dominando el machismo no sólo tropical sino latinoamericano en su conjunto? No es fácil, cuando incluso muchas mujeres lo defienden, cuando la agresión imperialista obliga a constituir ejércitos profesionales en los que el signo es avasalladoramente masculino. Pienso que la educación en ambos países puede ser la cuña que rompa ese bloque de prejuicios activos y pasivos; que los hijos, por favor, se diferencien por fin de sus padres en este campo discriminatorio.

El hecho incontestable de la homosexualidad como una de las facetas del calidoscopio humano es, a diferencia del machismo, un componente que nadie ha explicado bien, genética o socialmente, pero que no puede ser ignorado y mucho menos entendido como negativo; sus proyecciones sociales vienen de la reacción del animal acorralado, de las máscaras que buscan ocultarlo a los cazadores, y eso frente al hecho comprobable de que toda asimilación coherente al cuerpo social puede acabar con ese ghetto como lo muestran países más avanzados en ese terreno. La definición del homosexual como un enfermo, que se formuló alguna vez en Cuba es una aberración y una ingenuidad simultáneas. Un comandante nicaragüense me dijo alguna vez que había que radiar a los homosexuales de los servicios públicos de alto nivel, porque su condición los volvía fáciles presas de la extorsión por parte de la «inteligencia» del enemigo. Le hice notar que tal cosa sólo podía ocurrir si esos funcionarios se veían obligados a mentir sobre su temperamento sexual y a ocultarlo; y que era falso, aunque cómodo, sostener como algunos críticos que se creen revolucionarios, que los movimientos gay en diversas partes del mundo sólo prueban la podredumbre del régimen capitalista. Siempre hubo y siempre habrá homosexuales, y su reconocimiento es la única manera de superar el problema; sin contar que —y esto enfurecerá a algunos—, a menos machismo menos homosexualidad; el equilibrio social derivado del equilibrio sexual amenguará automáticamente la agresividad que exacerba y compartimenta hoy la pulsión erótica.

Cosa que también debe decirse del sadismo como latencia en las zonas irracionales y a veces todopoderosas, del ser humano. Esa latencia no me parece desarraigable, es una de las oscuras fuerzas que junto con la fuerza libidinal mueven muchas conductas. ¿Vamos a postular al hombre nuevo como integralmente bueno? No, por supuesto, pero en cambio su novedad estará en todo lo que le dé el socialismo para que las latencias sádicas se sublimen lo más posible, así como según ciertos psicoanalistas todo cirujano esconde sin saberlo a un sádico que ama la vista de la sangre. Frente al culto del sadismo a través de los media del enemigo, que tantas veces consigue hacer de un niño un pequeño asesino que espera su hora, la orientación ética y política del socialismo es el mejor y más legítimo cuadro de vida para que las pulsiones sádicas se sublimen o incluso sean controladas por una decisión racional y no por el miedo al castigo que es (y que no es, dicho sea de paso) el único freno que el pánico capitalista posee para disminuir las olas de “violencia y los crímenes sexuales entre otras” manifestaciones de nuestra cuota sádica. Cuota que seguirá latente también en él hombre nuevo, pero inflexionada lo más positivamente posible; digamos, emblemáticamente a más cirujanos menos violadores de niños.

Todo esto es chapucero y apenas esbozado, pero estábamos hablando de 1984, si me acuerdo bien, y en 1984 el sadismo es aunque Orwell no lo dice nunca, la razón de ser de Big Brother y su aparato total y totalitario de poder. Allí Arimán ha liquidado hasta el último resto de Ormuz. El socialismo no podrá liquidar jamás enteramente a Arimán, pero puede y debe neutralizarlo; esperar y hasta postular la creación de un hombre nuevo en el que las pulsiones profundas sé hayan extinguido, es una ingenuidad en la que en el fondo, nadie cree.

El idiota se despide

Termino estos apuntes en momentos en que Arimán Reagan empuja imperiosamente a sus títeres externos e internos para que destruyan la revolución sandinista en Nicaragua y continúen combatiendo a las fuerzas populares de El Salvador. 1984 acaba de entrar en su simultaneidad literaria y temporal; las cosas no serán así en el mundo este año, pero sólo lo que está ocurriendo en América Central basta para mostrar uno de los peldaños por los cuales el horror orwelliano sigue descendiendo en su monstruosa voluntad de entropía. Polonia, Guatemala, Afganistán son otros peldaños; el lector conoce muchos más en África y en Asia.. La escalera parece infinita pero no lo es; en lo más profundo de la noche está su término, y el descenso puede verse acelerado en cualquier momento; la guerra nuclear, la bomba neutrónica, el arrasamiento de inmensas zonas del planeta pueden convertir el descenso paulatino en una caída vertical qué sólo habrá de detenerse ante la imagen final de Big Brother.


Frente a esta perspectiva, sólo creo en el socialismo como posibilidad humana; pero ese socialismo debe ser un fénix permanente, dejarse atrás a sí mismo en un proceso de renovación y de invención constantes; y eso sólo puede lograrse a través de su propia crítica, de la que estos apuntes son vagos y mínimos fragmentos.

domingo, diciembre 30, 2012

Nueva morfología del trabajo: Entrevista con Ricardo Antunes



Es muy diferente el análisis que yo hago de la ley del valor, del análisis que hacen, por ejemplo, Negri y Hardt, que piensan la inmaterialidad como dominante: esa es una concepción eurocéntrica. Imagínense decir que en la China predomina el trabajo inmaterial; o en la India, o en nuestra América Latina.

Publicada en la revista PAMPA, año 2007, Buenos Aires, Argentina.

En su último libro, usted desarrolla la nueva estructuración del mercado de trabajo a partir de los conceptos de acumulación flexible y formas de trabajo degradado. ¿De qué modo estas conceptualizaciones le permiten entender la nueva morfología del trabajo?

La llamada acumulación flexible, la empresa flexible, es aquella que sustituye la planta de origen taylorista-fordista que fue dominante en el siglo XX. Fundamentalmente, su diferencia está en que el trabajo, la fuerza de trabajo es considerada como costo y, como todos los costos, debe disminuir. En segundo lugar, es la consecuencia de un intenso desarrollo de la maquinaria tecno-científica-informacional y hoy digital.

Esto es importante para el capital porque, por ejemplo, integrada en una red través de una computadora, no es necesaria una empresa concentrada, sino muchas pequeñas unidades desparramadas por distintas partes del mundo. Esto tiene una consecuencia directa: fragmenta la clase trabajadora y dificulta inmensamente la organización sindical. Una cosa es la organización sindical en una fábrica que tiene diez mil trabajadores juntos; otra cosa es un sindicato organizado de una empresa que tiene veinte fábricas con cincuenta, cien o doscientos trabajadores en cada una. Estas plantas más pequeñas, son empresas donde las sustancias vivas el trabajo– está siendo secado, eliminado y los que se quedan en el trabajo, trabajan mucho, porque a diferencia de un trabajador/una máquina como en la planta taylorista-fordista, ahora es un equipo de trabajadores operando simultáneamente con muchas máquinas, y una intensidad más profunda. La empresa crea una situación muy compleja: es aparentemente menos despótica, aparentemente hay más libertad; por ejemplo: los comedores de los trabajadores son los mismos que los de los directores, cuando en el pasado estaban separados. No hay más divisiones.

El hecho de que uno puede mirar al otro genera una situación de aparente igualdad; pero, al mismo tiempo, al no haber divisiones, uno puede vigilar al otro, se ejerce un control más enmascarado, porque todos miran a todos simultáneamente. Hay un proceso en el que, como las plantas son flexibles, las producciones son más flexibilizadas, el consumo no es el mismo tipo de consumo de masas de la época taylorista-fordista: las empresas producen aquellos que la demanda requiere para evitar la hiper producción y la incapacidad de vender los productos. Esto significa que la clase trabajadora debe estar compuesta por un núcleo pequeño y estable, el grupo que dispone del dominio técnico necesario para la empresa. Si la empresa va creciendo mucho toma los tercerizados y cuarterizados. Son aquellos que son contratados cuando los mercados se expanden y que son brutalmente reducidos cuando el mercado se reduce.

Hay otro problema. Los estables, en general, tienen más proximidad con la organización sindical, pero los tercerizados son más vulnerables: tienen empleos más precarizados. Las empresas de tercerización y gestión del trabajo tienen una política muy fuertemente anti-sindical.

Fundamentalmente, son estas las cuestiones que caracterizan a la empresa flexible, que produce para la clase trabajadora una situación muy difícil. En la planta taylorista-fordista, el trabajo estaba más reglamentado, con más derechos; pero era un trabajo animalizado. Taylor hablaba del “gorila amaestrado”: era un trabajo manual, prescripto. Los obreros tenían que hacer únicamente lo que estaba prescripto. En la planta más delgada de la era de acumulación flexible, hay un proceso inverso. Los trabajos aparentemente son más independientes. Se pueden hacer más cosas, no hay tanta prescripción. Es la base de lo que se conoce como “toyotismo”: Taiichi Ohno, el gerente ingeniero de la Toyota, a diferencia de Taylor, decía que es preciso inducir e incentivar la dimensión intelectual y cognitiva de los trabajadores.

Pero, en lo que concierne a las condiciones de trabajo, nos encontramos con trabajos inestables, frecuentemente desregulados, desprovistos de derechos y flexibilizados. Entonces, claro, entre la empresa taylorista y fordista y la empresa de la era de la acumulación flexible, existen estas diferencias. Y entre una y otra, hay graduaciones. En nuestro último trabajo que se llama Riqueza y miseria del trabajo en Brasil, mostramos que hay muchas graduaciones. Hay empresas flexibles que mantienen esa herencia taylorista-fordista; y hay empresas que son tayloristas y fordistas pero tienen algunos elementos del mundo flexibilizado. Este es el escenario de lo que yo llamo “la empresa flexible”.

Usted hace mención en un momento a un mecanismo de mediatización que opera sobre la fuerza de trabajo flexibilizado, a partir de la figura del péndulo...

El mundo de trabajo hoy tiene un movimiento pendular. Cada vez menos hombres y mujeres trabajan menos, encuentran menos trabajo estable y necesitan de muchos trabajos –dos, tres, hasta cuatro– para sobrevivir. Y, cada vez más, hombres y mujeres no encuentran trabajo y viven disputando la búsqueda de cualquier labor. Por ejemplo, los cartoneros: ¿cómo empezó este trabajo? Empezó yendo a la basura para buscar restos para su comida y para sus casas. Y, poco a poco, además de hacer de la basura su sobrevivencia, empezaron a hacerse de los materiales rescatados para venderlo para el reciclado: plástico, lata, aluminio, vidrio. Este es el cuadro del trabajo en los inicios del siglo XXI: cada vez menos hombres y mujeres tienen un trabajo fijo y estable y cada vez más hombres y mujeres viven la precariedad del desempleo estructural. Vivencian la condición de una precarización estructural del trabajo, que actúa hoy como condición de nuestro mundo.

Queríamos preguntarle sobre la discusión que sostiene con Toni Negri sobre la cuestión del trabajo inmaterial en la conformación de la teoría del valor. ¿De qué modo confronta con sus tesis de la centralidad del valor inmaterial?

Yo pienso que el capitalismo hoy utiliza la dimensión intelectual del trabajo para agregar más valor, plusvalía. Porque la producción completa hoy es una producción muy heterogénea que cuenta con sectores muy intelectualizados en la punta, hasta sectores muy precarizados en la base. Por ejemplo, en la producción de la Nike, están aquellos que definen los modelos, las marcas, que son trabajos más intelectuales. Al mismo tiempo, hay trabajos ultra precarizados que están en la base de la producción.

Hace algunos años atrás, una trabajadora de la Nike cobraba menos de cuarenta dólares por mes, cuando una zapatilla cuesta alrededor de doscientos dólares. Lo mismo en la empresa Microsoft, que tiene trabajadores de punta que diseñan el software y están los de la línea de producción en situaciones de absoluta precariedad.

Este proceso incorpora el trabajo material que es visiblemente dominante, pero incorpora también el trabajo inmaterial: el trabajo de propaganda, de investigación, de diseño, etc. En la articulación conjunta, entonces, está el trabajo material, que es central, y el trabajo inmaterial, que es partícipe; ambos participan del proceso de la formación de valor. Esto es muy diferente de lo que dice Negri, para quien, primero, el trabajo inmaterial es dominante y, segundo, el trabajo material no es parte del valor, sino que este se realiza por el trabajo del afecto, de la subjetividad, un trabajo de nuevo tipo. Ahora, no es un trabajo de nuevo tipo: es una forma acentuada de un trabajo del que Marx ya se había percatado cuando escribió El Capital –su obra máxima–, los Grundrisse, y en aquel fragmento muy especial que es el Capítulo VI inédito de El Capital, en donde habla de “trabajo productivo” y “trabajo improductivo” y, dentro de este, lo que denomina “trabajo no material”.

Para mí, “trabajo no material” es lo mismo que “trabajo inmaterial”. Pero es muy diferente el análisis que yo hago de la ley del valor, del análisis que hacen, por ejemplo, Negri y Hardt, que piensan la inmaterialidad como dominante: esa es una concepción eurocéntrica. Imagínense decir que en la China predomina el trabajo inmaterial; o en la India, o en nuestra América Latina. Es una visión eurocéntrica que capta una tendencia real, ciertamente, la emergencia y la expansión del trabajo inmaterial. Pero decir que esa tendencia sea dominante, es a mi juicio algo completamente equivocado. Por eso, en un diálogo crítico, yo digo: mi concepción de trabajo inmaterial es otra. Es un esfuerzo de actualización y comprensión actual de pistas excepcionales que Marx ofreció cuando percibía algunos fenómenos que, en el siglo XIX, eran marginales y que hoy no lo son. Ahora, una cosa es hablar de interacción compleja entre trabajo inmaterial y material, y otra cosa es hablar de un dominio del trabajo inmaterial sin la participación de la creación de valor complejo; esta segunda tesis es para mí un equívoco grave.

¿Cómo analiza esta nueva tendencia del campo intelectual vuelta a reflexionar sobre el trabajo, donde, por ejemplo en Argentina, se ha pasado de muchos análisis sobre los movimientos sociales, a volver a preguntarse sobre esta problemática? ¿Cuáles cree que son los componentes que hicieron que el campo intelectual regrese a la cuestión del trabajo?

Fundamentalmente, hubo un conjunto de cambios a partir de la crisis de los años ’70 que metamorfoseó la forma de ser del trabajo: lo que estamos llamando, hoy, “la nueva morfología del trabajo”. Muchos autores vieron en estas tendencias el fin o la deconstrucción o la reducción del trabajo, con dos consecuencias graves: en primer lugar, el fin, la deconstrucción o la reducción del trabajo implican que la clase trabajadora pierde su fuerza política. En segundo lugar, el trabajo no es el fundamento de la ley del valor y, consecuentemente, de la plusvalía.

Son dos cosas muy fuertes, ya que si no hay más valor, no habitamos más la sociedad capitalista; y si la clase trabajadora no tiene más fuerza para modificar el mundo, éste no cambiará jamás, por lo cual, el capitalismo será eterno. Estas tesis me hicieron plantear en mi libro de 1995 ¿Adiós al trabajo?, una pregunta: ¿adiós al trabajo?, donde polemizaba con Adiós al proletariado de André Gorz, con la Teoría de la acción comunicativa de Habermas, con el ensayo de Claus Offe “Trabajo: ¿una categoría sociológica central?”, donde hacía la pregunta para contestarla negativamente. Yo planteaba una cuestión diferente: no hay un movimiento unidireccional –fin del trabajo o reducción–, sino un movimiento multitendencial e incluso contradictorio, donde en algunos sectores la reducción del trabajo de tipo taylorista-fordista y, por tanto, del obrero tradicional de este tipo, es enorme. Pero al mismo tiempo se amplió el trabajo de los proletariados precarizados en la industria, en los servicios, en la agro-industria, etc.

O sea, hay un movimiento pendular diferente. ¿Qué pasó? Estas tesis del fin del trabajo demostraron ser un fracaso completo. Eran, además, eurocéntricas: paralelamente, en el mundo real, la Nike situaba su producción en la India y en América Latina, para pagar menos a la fuerza de trabajo. Las empresas de EEUU y de Europa cambiaron su producción del suelo norteamericano y europeo hacia el este de Europa. Las empresas alemanas pagaban mucho menos para producir en Hungría o en Polonia de lo que pagaban en Alemania. Por fin, la explosión de India y de China como lugares de producción. ¿Qué significa esta explosión? En primer lugar, ambos países tienen una fuerza de reserva manufacturera industrial y de servicios monumental, que hizo que los niveles de reproducción de la fuerza de trabajo caigan de cien a diez, por poner un ejemplo.

O sea, hoy cualquier empresario transnacional mira los bajos patrones de remuneración de la fuerza de trabajo de China. Los empresarios toman los patrones de reproducción de esa fuerza de trabajo de tal modo que un obrero argentino, brasileño o mexicano es considerado costoso, porque los obreros chinos son mucho más baratos. Es un proceso de pauperización del trabajo y de intensificación de la plusvalía absoluta y relativa en escala global. China tiene una fuerza sobrante de trabajo inmensa; India tiene una fuerza de trabajo inmensa y un aparato científico relativamente fuerte para los llamados países en desarrollo, tiene una clase trabajadora con niveles de formación superior a muchos de los países, por ejemplo, de la América Latina, como Perú, Ecuador, Bolivia, amplias partes de Brasil, que no tienen un proletariado calificado como el de aquellos países. Es evidente que esta tesis del papel del trabajo en la creación del valor –la baja de los precios de fuerza de trabajo en escala global– mostró que los teóricos del fin del trabajo estaban errados: no se trataba del fin del trabajo, sino del fin de cierto tipo de trabajo relativamente estable y relativamente bien remunerado como en Suecia, Alemania, Holanda, Francia; en un contexto global de degradación, precarización y destrucción del trabajo.

Una situación donde una parte enorme de la fuerza de trabajo es superflua y no tiene más cómo ser incorporada dentro de la lógica destructiva del capital. Esos trabajadores y trabajadoras sólo tendrán un trabajo dotado de sentido si cambiamos la lógica destructiva del capital. Pero cambiar la lógica destructiva del capital implica derrumbar los sistemas del capital: lo que es algo muy complicado pero, al mismo tiempo, imprescindible.

Porque, si nosotros volvemos acá dentro de veinte años, al sindicato donde estamos hoy, de los trabajadores del Estado, la situación de hoy será buena en comparación con la que se vivirá en las próximas décadas, si no hay un cambio estructural fundamental. ¿Por qué? Hace cinco años yo estuve aquí y decía que la situación era precaria, pero era mucho mejor que ahora –y no hablo sólo de la Argentina, hablo del mundo. Y hace veinte años, la situación de los trabajadores era mucho menos precaria de lo que es hoy. Porque el capitalismo es hoy el capitalismo de las transnacionales que quieren más valor, una competencia desenfrenada como parte de una lógica destructiva.

Tres son las consecuencias visibles de esta lógica destructiva. Una lógica que destruye el trabajo en escala global; una lógica que destruye la naturaleza y el medio ambiente en escala global –yo salí de Brasil hace dos días, estamos en primavera y hacía 35º de temperatura; y en el Nordeste de Brasil hacía cerca de 42º: estamos viviendo un proceso de desertificación del mundo en función de la destrucción ambiental, donde la temperatura del mundo está ascendiendo, los niveles del agua y mares del mundo están subiendo, y vamos de los terremotos a los incendios. La tercera dimensión destructiva es la política internacional de EEUU, que es la política de la guerra: la que implica la invasión de Irak, mañana la invasión de Irán, pasado mañana la invasión de Corea, Venezuela o Cuba, siempre es preciso invadir algún país. Esto atiende a una lógica política de dominación, el falso proyecto de la “democracia global”, un proyecto de apropiación neoimperial de las riquezas energéticas del mundo: petróleo, gas, agua. Todo debe quedar en y para los EEUU.

¿Es un cuadro pesimista? Sí, lo es. Pero en un contexto de crítica que implica muchas luchas sociales. Nosotros estamos viviendo una etapa de cambio en las formas de lucha social. Por ejemplo, en América Latina se lucha contra la privatización del agua –Ecuador, Volvía, Perú–, contra la privatización del Petróleo –Venezuela–, contra la privatización del gas –Bolivia. Se lucha contra la destrucción de la naturaleza que los capitales globales efectúan en nuestra América y en otras partes del mundo. Hay huelgas en distintas partes del mundo, una forma de lucha tradicional pero importante en su persistencia. Hace unos días, hubo una enorme huelga de los trabajadores del servicio de transporte público de Francia que pararon la circulación de todo el país, porque el gobierno de extrema derecha –derecha o extrema derecha, es una cuestión de gustos– de Sarkozy quiere destruir la previsión social de los trabajadores públicos.

También hubo en 2005 una huelga importante en Francia en contra de la Ley del Primer Empleo, que unificó a los estudiantes que no aceptaban el contrato de primer empleo que era una falacia precarizante, y a los trabajadores estables que percibían que los contratos de primer empleo, si pasaban a los estudiantes, después iban a llegar a ellos también, lo que significaba que en dos años los empresarios iban a poder despedir sin justa causa. Y algunos meses antes, en octubre-noviembre del año anterior, fin del 2004, la explosión de los sans papiers en Francia, los “sin papeles”: jóvenes, inmigrantes, precarizados y sin trabajo. ¿Qué empezaron a hacer? A destruir la periferia de París.

¿Cuál fue el objeto que más destruyeron, en ese momento? Automóviles. ¿Por qué? Porque el siglo XX es considerado la era de la sociedad del automóvil; y decían: esta sociedad de los automóviles no es para nosotros, es para ellos y no para nosotros. Este cuadro muestra que hay lucha social en América Latina.

Vimos una maravillosa lucha en Oaxaca, en México, el espíritu de la comuna volvió en Oaxaca. Estamos viendo gobiernos como el de Venezuela, Bolivia e incluso de Ecuador, que están intentando un camino alternativo que no es irrelevante, al contrario: es muy importante que un gobierno como el de Venezuela ponga como bandera de su proyecto político el discutir el socialismo del siglo XXI. Porque hace diez años, no se podía hablar de socialismo. Pero cuando me decían que el socialismo había acabado, yo les respondía que era imposible porque aún no había podido comenzar. Intentó comenzar, pero no lo consiguió. Es una discusión muy importante, la pregunta por el socialismo y su fracaso en el siglo XX. Porque una cosa es tener una revolución socialista, como la Unión Soviética; otra cosa es instaurar un nuevo modo de vida socialista, que no es posible ni en un solo país, ni en un conjunto de países. No habrá socialismo en tanto el corazón del sistema del capital no sea perimido. El corazón del sistema de capital son hoy los EEUU, la Europa avanzada y Japón.

Mientras esos polos centrales del capital no sean golpeados, no habrá socialismo. No se puede hacer una revolución socialista en la periferia del sistema porque acaba agotándose. Los casos más evidentes son dos. La URSS, que hace una revolución majestuosa y que en 1989, 1990 empieza a desaparecer. Y la situación actual de China. Ninguna persona de buen sentido hoy puede decir que China es una sociedad socialista porque China es un país completamente dominado por relaciones de trabajo y de producción capitalistas pero controladas políticamente por un partido comunista chino que es muy centralista, muy autocrático. El partido comunista chino hizo su congreso hace algunas semanas, donde se han afiliado los empresarios: un comunismo de empresarios no tiene por cierto nada del proyecto original marxiano o incluso marxista en el sentido más originario, que no imaginaba un partido comunista compuesto por empresarios y mucho menos una sociedad socialista donde los empresarios mandan.

Entonces, China es un país hoy muy complejo, porque tiene un mando político por parte del partido comunista chino que controla completamente el poder del Estado y del ejército y tiene una sociedad que explota intensamente su fuerza de trabajo. Por todo esto, en dos o tres años China pasó de cinco mil conflictos sociales a ochenta mil conflictos en el año 2005. El país sufrió una explosión, porque la intensidad de la explotación del trabajo de los obreros y obreras chinos tiene un límite, y empieza a generar la explosión de la conflictividad como en cualquier país capitalista.

En este esquema que usted hace, ¿cuál es la autocrítica que debiera hacerse la izquierda latinoamericana por haber contribuido a las condiciones de opresión simbólicas a su interior? En este sentido y retomando a el sentido de la pregunta anterior, ¿cuál es su opinión acerca de este proceso de invisibilización del trabajo en tanto ha sido, en cierta medida, sostenido por el pensamiento de izquierda, en su corrimiento hacia una visión de los movimientos sociales, hacia un enfoque más “onegeista”? ¿Cómo cree, además, que se revierte esta situación?

Es una pregunta muy compleja, intentaré hacer tan sólo algunas observaciones. La izquierda, los marxismos del siglo XX pagaron un precio muy alto frente a la historia. El siglo XX fue muy duro para todas las izquierdas en general. La revolución rusa comenzó como un movimiento magistral que marcaba el inicio de la nueva era. Salvando las diferencias, parecía algo similar a la Revolución Francesa, que cambió el mundo entero, empezando por Francia y extendiéndose a toda Europa. La Revolución Rusa parecía como el punto de partida del cambio desde el Oriente hacia el Occidente. Pero no se extendió. En Alemania, pocos años después, fue derrotada la revolución; en Hungría, dos años después de 1917, fue derrotada la revolución; en Italia, los levantamientos obreros de los años veinte fueron derrotados.

Todos los intentos de revolución fueron derrotados. Y la revolución rusa vivió un dilema trágico del cual no imaginaba ser prisionera: hizo una revolución, derrotó el zarismo, derrotó a los mencheviques y tomó la estructura de poder, pero no hubo una expansión de esa revolución hacia los países centrales en dirección a lo que decía recién, al corazón del capital. Al contrario, no llegó a Alemania, a Italia, a Japón, a EEUU. Llegó a China en el ’49, para Cuba en el ’59. Es decir, cada vez más en dirección al mundo colonial en la periferia del sistema. Porque, ustedes saben, el Este europeo no vivió una revolución: fue una lucha de resistencia muy importante contra la guerra, luego de la cual quedó en parte bajo influencia soviética, pero no por una revolución, sino por un acuerdo en función de la lucha de la resistencia antifascista.

Los resultados de esto: el marxismo del siglo XX se vio prisionero, por un lado, de la barbarie estalinista. Cuando Lenin muere en 1924, se acentúa una guerra muy dura dentro del partido comunista soviético entre Stalin y Trotsky: sabemos quién ganó esa guerra. En el ’28-’29 Trotsky pierde la lucha, se va de la URSS y hay un proceso de estalinización del movimiento comunista internacional que tuvo repercusiones muy profundas. La más trágica, para citar sólo una y no irnos demasiado lejos, es que una revolución singular, que fue la revolución rusa de 1917, pasa a ser tomada como modelo universal de toma del poder. Esto es una tragedia, porque ¿cómo se puede concebir que una revolución en Francia, por ejemplo, tenga que tener el mismo camino que en Rusia? Y un modelo particular de partido revolucionario en un país zarista, dictatorial y autocrático como era Rusia antes del ’17 es tomado como modelo de partido para todo el mundo, lo que dio el partido comunista marxista-leninista. Una total aberración. No es por azar que el que más divulgó al partido marxista-leninista haya sido Stalin: un partido ultracentrista, donde una vanguardia decide y las masas tienen que aceptar de buen o mal grado.

Y yo hago un balance como marxista, no hablo como liberal. El partido de Marx era diferente, porque Marx pensaba un partido en Europa occidental, Marx hablaba en la Primera Internacional de un partido político distinto; nunca pensó un partido de ultravanguardia –que era imprescindible en Rusia, porque Rusia era un país policial, una dictadura terrorista y policial donde, incluso estando en la clandestinidad, los miembros del partido eran eliminados; entonces, no podía ser un partido abierto y democrático. Pero el “transplante” también generó una respuesta muy dura al estalinismo, que fue con diferentes variantes, las distintas modalidades del movimiento trotskista. Muchas de ellas –no todas, pero ciertamente muchas– también muy dogmáticas.

¿Cómo fue esto? Trotsky explicó que hay un problema de traición y el problema es que las direcciones son carcomidas: claro que el problema de las direcciones es frecuentemente un problema real, pero imaginar que todas las direcciones traicionan porque llegan al poder y traicionan, es un problema mal planteado. La pregunta es ¿por qué la traición? ¿Quiénes acaban traicionando?

Aunque yo no comparo nunca al estalinismo con el trotskismo: el estalinismo fue una contrarrevolución dentro de la revolución rusa. Y Trotsky fue una de las figuras más lúcidas al percibir la imposibilidad de la prosecución del socialismo en un solo país; pero muchos trotskismos mantuvieron y mantienen la idea de un partido de vanguardia muy sectario. Yo pienso que el siglo XXI nos va a obligar a pensar, primero, que las luchas sociales, las luchas de clases suponen muchos movimientos, lo que nos lleva a una des-jerarquización de la relación entre movimientos y otras organizaciones que plantean la representación política. Y discutir eso de “¿Por qué el partido es más importante? Porque el Comité Central lo define así”, “¿Por qué los sindicatos son lo segundo? Porque el Comité Central define que primero es el partido y segundo los sindicatos”, etc.

Más importante hoy es ver cuáles son los movimientos que hacen la lucha más radical. ¿Y qué es hacer la lucha más radical? No es protestar, protestar no hace avanzar, la cuestión no es un concurso de gritos. Es pegar en las raíces, “erradicar” es tomar las cosas por la raíz.

La revolución rusa tenía una consigna, su bandera: Pan, Paz y Tierra. Pan, porque la población estaba famélica, tenía hambre.

Paz porque en la lucha habían muerto millones de soldados pobres, luchando sin saber por qué. Y Tierra, porque era un país con mucha tierra y con mucha hambre. No eran banderas genéricas, eran muy radicales y vitales. Es importante luchar para que los sindicatos hoy diseñen una lucha radical: de carácter radical en tanto es de carácter vital. Entonces, el trabajo es vital, claro, ahora bien: ¿qué trabajo? ¿El de los estables o el de todos? El de todos.

Por eso, yo veo con simpatía que la CTA tenga una preocupación al menos en luchar para contener, para comprender a los trabajadores sin trabajo. Veo con simpatía a la CIG, la Confederación Intersindical Gallega, que es diferente de la UGT y de Comisiones Obreras, que se integraron: el sindicalismo no pueden “integrarse”, no puede ser un sindicalismo institucional, estatal o “amigo” del capital. Ese es el camino de la conversión de los sindicatos hacia un sindicato dentro del orden: estar atado al Estado, subordinarse a la negociación del capital y burocratizarse e institucionalizarse. Ese es el camino de la servidumbre sindical.

Y un último punto: yo pienso que los sindicatos de izquierda, los sindicatos de clase, tienen que comprender primero cuál son las nuevas formas del trabajo hoy, quién es la clase trabajadora: hombres, mujeres, jóvenes, viejos, nativos, inmigrantes, calificados, no calificados, empleados, no empleados, etc. Y, además, en qué sociedad vivimos. Y si los sindicatos profundizan la cuestión acerca de qué sociedad tenemos, llegarán a la conclusión, en este siglo XXI, de que el capitalismo es inviable para la humanidad.

Entonces, es necesario preguntar ¿qué queremos? Porque esto repone la cuestión del socialismo. Yo pienso que es un desafío de los sindicatos reflexionar qué será el socialismo del siglo XXI.

Y no, como algunos plantearon en el pasado, que “los sindicatos se dedican al sindicalismo y los partidos a la política” –y la burguesía, que divide las cosas, domina el mundo.

Los sindicatos tienen que pensar la lucha concreta e inmediata y, al mismo tiempo, para dónde vamos. Así como los movimientos sociales deben pensar la lucha por el agua, por la comida, por el transporte y, al mismo tiempo, para dónde vamos. Y los partidos que quieran tener vitalidad, deben pensar menos en las elecciones de cada año –ya que hay muchas elecciones y no se cambia completamente nada, y cuando se cambia es para peor– y pensar en luchas extra-parlamentarias para fundir la lucha popular en un proyecto más general de transformación radical de la sociedad.

sábado, agosto 11, 2012

Selk'nam: Vida y muerte en Tierra del Fuego

   

Estoy aquí cantando,
el viento me lleva,
estoy siguiendo las pisadas de aquellos que se fueron.

Se me ha permitido venir
a la Montaña del Poder,
he llegado a la gran cordillera del cielo,
camino hacia la casa del cielo.

El poder de aquellos que se fueron vuelven a mí,
los del infinito me han hablado.

Mario Benedetti - Defensa de la alegría


Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y de la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.

Pablo de Rocka - Canto del macho anciano


Sentado a la sombra inmortal de un sepulcro,
o enarbolando el gran anillo matrimonial
herido a la manera de palomas que se deshojan como congojas,
escarbo los últimos atardeceres.

Como quien arroja un libro de botellas tristes a la Mar-Océano
o una enorme piedra de humo echando sin embargo
espanto a los acantilados de la historia
o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
contra la muralla negra.

Y como ya todo es inútil,
como los candados del infinito crujen en goznes mohosos,
su actitud llena la tierra de lamentos.

Escucho el regimiento de esqueletos del gran crepúsculo,
del gran crepúsculo cardíaco o demoníaco,
maníaco de los enfurecidos ancianos,
la trompeta acusatoria de la desgracia acumulada,
el arriarse descomunal de todas las banderas,
el ámbito terriblemente pálido de los fusilamientos,
la angustia del soldado que agoniza entre tizanas y frazadas,
a quinientas leguas abiertas del campo de batalla,
y sollozo como un pabellón antiguo.

Hay lágrimas de hierro amontonadas,
pero por adentro del invierno
se levanta el hongo infernal del cataclismo personal,
y catástrofes de ciudades que murieron y son polvo remoto, aúllan.

Ha llegado la hora vestida de pánico
en la cual todas las vidas carecen de sentido, carecen de destino,
carecen de estilo y de espada,
carecen de dirección, de voz,
carecen de todo lo rojo y terrible de las empresas
o las epopeyas o las vivencias ecuménicas,
que justificarán la existencia como peligro y como suicidio;
un mito enorme, equivocado, rupestre, de rumiante fue el existir;
y restan las chaquetas solas del ágape inexorable,
las risas caídas y el arrepentimiento invernal de los excesos,
en aquel entonces antiquísimo con rasgos de santo y de demonio,
cuando yo era hermoso como un toro negro y tenía las mujeres que quería
y un revólver de hombre a la cintura.

Fallan las glándulas
y el varón genital intimidado por el yo rabioso,
se recoge a la medida del abatimiento o atardeciendo
araña la perdida felicidad en los escombros;
el amor nos agarró y nos estrujó como a limones desesperados,
yo ando lamiendo su ternura, pero ella se diluye en la eternidad,
se confunde en la eternidad, se destruye en la eternidad y aunque existo porque batallo
y «mi poesía es mi militancia»,
todo lo eterno me rodea amenazándome y gritando desde la otra orilla.

Busco los musgos, las cosas usadas y estupefactas,
lo postpretérito y difícil, arado de pasado e infinitamente de olvido,
polvoso y mohoso como las panoplias de antaño,
como las familias de antaño, como las monedas de antaño,
con el resplandor de los ataúdes enfurecidos,
el gigante relincho de los sombreros muertos,
o aquello únicamente aquello que se está cayendo en las formas,
el yo público, la figura atronadora del ser que se ahoga contradiciéndose.

Ahora la hembra domina, envenenada,
y el vino se burla de nosotros como un cómplice de nosotros,
emborrachándonos, cuando nos llevamos la copa a la boca dolorosa,
acorralándonos y aculatándonos contra nosotros mismos como mitos.

Estamos muy cansados de escribir universos sobre universos
y la inmortalidad que otrora tanto amaba el corazón adolescente,
se arrastra como una pobre puta envejeciendo;
sabemos que podemos escalar todas las montañas de la literatura
como en la juventud heroica, que nos aguanta el ánimo
el coraje suicida de los temerarios, y sin embargo yo,
definitivamente viudo, definitivamente solo, definitivamente viejo,
y apuñalado de padecimientos,
ejecutando la hazaña desesperada de sobrepujarme,
el autoretrato de todo lo heroico de la sociedad y la naturaleza me abruma;
¿qué les sucede a los ancianos con su propia ex-combatiente sombra?
se confunden con ella ardiendo
y son fuego rugiendo sueño de sombra hecho de sombra,
lo sombrío definitivo y un ataúd que anda llorando sombra sobre sombra.

Viviendo del recuerdo, amamantándome del recuerdo,
el recuerdo me envuelve y al retornar a la gran soledad de la adolescencia,
padre y abuelo, padre de innumerables familias,
rasguño los rescoldos, y la ceniza helada agranda la desesperación
en la que todos están muertos entre muertos,
y la más amada de las mujeres, retumba en la tumba de truenos y héroes
labrada con palancas universales o como bramando.

¿En qué bosques de fusiles nos esconderemos de aquestos pellejos ardiendo?
porque es terrible el seguirse a sí mismo
cuando lo hicimos todo, lo quisimos todo, lo pudimos todo
y se nos quebraron las manos, las manos y los dientes mordiendo hierro con fuego;
y ahora como se desciende terriblemente de lo cuotidiano a lo infinito,
ataúd por ataúd, desbarrancándonos como peñascos o como caballos mundo abajo,
vamos con extraños, paso a paso y tranco a tranco
midiendo el derrumbamiento general,
calculándolo, a la sordina,
y de ahí entonces la prudencia que es la derrota de la ancianidad;
vacías restan las botellas, gastados los zapatos
y desaparecidos los amigos más queridos,
nuestro viejo tiempo, la época
y tú, Winétt, colosal e inexorable.

Todas las cosas van siguiendo mis pisadas, ladrando desesperadamente,
como un acompañamiento fúnebre,
mordiendo el siniestro funeral del mundo,
como el entierro nacional de las edades, y yo voy muerto andando.
infinitamente cansado, desengañado, errado,
con la sensación categórica de haberme equivocado en lo ejecutado
o desperdiciado o abandonado o atropellado al avatar del destino
en la inutilidad de existir y su gran carrera despedazada.

Comprendo y admiro a los líderes,
pero soy el coordinador de la angustia del universo,
el suicida que apostó su destino a la baraja de la expresionalidad
y lo ganó perdiendo el derecho a perderlo,
el hombre que rompe su época y arrasándola, le da categoría y régimen,
pero queda hecho pedazos y a la expectativa;
rompiente de jubilaciones, ariete y símbolo de piedra,
anhelo ya la antigua plaza de provincia
y la discusión con los pájaros,
el vagabundaje y la retreta apolillada en los extramuros.

Está lloviendo, está lloviendo, está lloviendo,
¡ojalá siempre esté lloviendo, esté lloviendo siempre
y el vendaval desenfrenado que yo soy íntegro,
se asocie a la personalidad popular del huracán!

A la manera de la estación de ferrocarriles,
mi situación está poblada de adioses y de ausencia,
una gran lágrima enfurecida derrama tiempo con sueños y águilas tristes;
cae la tarde de la literatura y no hicimos lo que pudimos,
cuando hicimos lo que quisimos con nuestro pellejo.

El aventurero de los océanos deshabitados,
el descubridor, el conquistador, el gobernador de naciones
y el fundador de ciudades tentaculares,
como un gran capitán frustrado,
rememorando lo soñado como errado y vil
o trocando en el escarnio celestial del vocabulario
espadas por poemas, entregó la cuchilla rota del canto
al soñador que arrastraría adentro del pecho universal muerto,
el cadáver de un conductor de pueblos,
con su bastón de mariscal tronchado y echando llamas.

El «borracho, bestial, lascivo e iconoclasta» como el cíclope de Eurípides,
queriendo y muriendo de amor, arrasándola a la amada en temporal de besos,
es ya nada ahora más que un león herido y mordido de cóndores.
 
Caduco en «la República asesinada»
y como el dolor nacional es mío, el dolor popular me horada la palabra,
desgarrándome, como si todos los niños hambrientos de Chile fueran mis parientes;
el trágico y el dionisíaco naufragan en este enorme atado de lujuria en angustia,
y la acometida agonal se estrella la cabeza en las murallas enarboladas de sol caído,
trompetas botadas, botellas quebradas, banderas ajadas,
ensangrentadas por el martirio del trabajo mal pagado;
escucho la muerte roncando por debajo del mundo
a la manera de las culebras,
a la manera de las escopetas apuntándonos a la cabeza,
a la manera de Dios, que no existió nunca.

Hueso de estatua gritando en antiguos panteones,
amarillo y aterido como crucifijo de prostituta,
llorando estoy, botado, con el badajo de la campana del corazón hecho pedazos,
entre cabezas destronadas, trompetas enlutadas y cataclismos,
como carreta de ajusticiamiento,
como espada de batallas perdidas en  montañas, desiertos y desfiladeros,
como zapato loco.

Anduve todos los caminos preguntando por el camino,
e intuyó mi estupor que una sola ruta, la muerte adentro de la muerte
edificaba su ámbito adentro de la muerte,
reintegrándose en oleaje oscuro a su epicentro;
he llegado adonde partiera, cansado y sudando sangre
como el Jesucristo de los olivos, yo que soy su enemigo;
y sé perfectamente que no va a retornar ninguno de los actos pasados o antepasados,
que son el recuerdo de un recuerdo
como lloviendo años difuntos del agonizante ciclópeo,
porque yo siendo el mismo soy distinto, soy lo distinto mismo y lo mismo distinto;
todo lo mío ya es irreparable;
y la gran euforia alcohólica en la cual naufragaría el varón conyugal de entonces,
conmemorando los desbordamientos felices,
es hoy por hoy un vino terrible despedazando las vasijas o clavo ardiendo.

Tal como esos molos muertos del atardecer,
los deseos y la ambición catastrófica,
están rumiando verdad deshecha y humo
en los sepulcros de los estupendos panteones extranjeros,
que son ríos malditos a la orilla del mar de ceniza que llora abriendo su boca de tromba.

El garañón desenfrenado y atrabiliario,
cuyos altos y anchos veinte años meaban las plazas públicas del mundo,
dueño del sexo de las doncellas más hermosas
y de los lazos trenzados de doce corriones,
da la lástima humillatoria del cazador de leones decrépito y dramático,
al cual la tormenta de las pasiones acumuladas
como culebras en un torreón hundido, lo azota;
me repugna la sexualidad pornográfica,
y el cadáver de Pan enamorado de la niña morena;
pero el viejo es de intuición y ensoñación e imaginación cínica
como el niño o el gran poeta a caballo en el espanto,
tremendamente amoral y desesperado,
y como es todo un hombre a esas alturas,
anda levantándoles las polleras a las hembras chilenas e internacionales
y cayendo de derrota en derrota en la batalla entre los hechos y los sueños;
es mentira la ancianidad agropecuaria y de égloga,
porque el anciano se está vengando,
cuando el anciano se está creando su pirámide;
como aquellos vinos añejos, con alcohol reconcentrado en sus errores
y ecos de esos que rugen como sables o como calles llenas de suburbio,
desgarraríamos los toneles si pudiese la dinamita adolorida del espíritu
arrasar su condensación épica, y sol caído, su concentración trágica,
pero los abuelos sonríen en equivalente frustrados,
no porque son gangochos enmohecidos, sino rol marchito,
pero con fuego adentro del ánimo.

Sabemos que tenemos el coraje de los asesinados y los crucificados por ideas,
la dignidad antigua y categórica de los guerreros de religión,
pero los huesos síquicos flaquean, el espanto cruje de doliente
y se caen de bruces los riñones, los pulmones, los cojones de las médulas categóricas.

Agarrándonos a la tabla de salvación de la poesía, que es una gran máquina negra,
somos los santos carajos y desocupados de aquella irreligiosidad horrenda
que da vergüenza porque desapareció cuando desapareció el último «dios» de la tierra,
y la nacionalidad de la personalidad ilustre,
se pudre de eminente y de formidable como divino oro judío;
todo lo miramos en pasado, y el pasado, el pasado,
el pasado es el   porvenir de los desengañados y los túmulos;
yo, en este instante, soy como un navío que avanza mar afuera
con todo lo remoto en las bodegas y acordeones de navegaciones;
querríamos arañar la eternidad y a patadas, abofeteándola,
agujerear su acerbo y colosal acero;
olorosos a tinajas y a tonelería o a la esposa fiel, a lágrima deshabitada,
a lo chileno postpretérito o como ruinoso y relampagueante,
nuestros viejos sueños de antaño ya hogaño son delirio,
nuestros viejos sueños de antaño, son llanto usado y candelabros de espantajos,
valores de orden y categorías sin vivencias.

Envejeciendo con nosotros, la época en desintegración entra en coma,
entra en sombra, entra toda la gran tiniebla de quien rodase periclitando,
pero por adentro le sacamos los nuevos estilos contra los viejos estilos
arrastrándolos del infierno de los cabellos restableciendo lo inaudito de la juventud,
el ser rebelde, insurgente, silvestre e iconoclasta.

La idolatrábamos, e idolatrándola,
nos revolcábamos en la clandestinidad de la mujer ajena
y retornábamos como sudando lo humano, chorreando lo humano, llorando lo humano,
o despavoridos o acaso más humanos que lo más humano entre lo más humano,
más   bestias humanas, más error, más dolor, más terror,
porque el hombre es precisamente aquello,
lo que deviene sublimidad en la gran caída, flor de victorias-derrotas llamando,
gritando, llorando por lo desaparecido,
como grandes, tremendos mares-océanos degollándose en oleajes,
criatura de aventura contra el destino,
voz de los naufragios en los naufragios resplandeciendo, estrella de tinieblas,
ahora no caemos porque no podemos y como no caemos,
a la misma altura, morimos, porque el cuero del cuerpo,
como los viejos veleros, se prueba en la tormenta;
del dolor del error salió la poesía, del dolor del error y el hombre enorme,
contradictorio, aforme, acumulado,
el hombre es el eslabón perdido de una gran cadena de miserias,
el hombre expoliado y azotado por el hombre,
y hoy devuelvo a la especie la angustia individual;
adentro del corazón ardiendo nosotros la amamantamos con fracasos
que son batallas completamente ganadas en literatura, contra la literatura;
la amamos y la amábamos con todo lo hondo del espíritu,
furiosos con nosotros, hipnotizados, horrorizados, idiotizados,
con el   ser montañés que éramos, agrario-oceánicos de Chile,
ahora es ceniza, ceniza y convicción materialista, ceniza y desesperación helada,
lo trágico enigmático, paloma del mundo e historia del mundo,
y aquella belleza inmensa e idolatrada, Luisa Anabalón, entrañas.

Ruge la muerte con la cabeza ensangrentada y sonríe pateándonos,
y yo estoy solo, terriblemente solo, medio a medio de la multitud que amo y canto,
solo y funeral como en la adolescencia,
 solo, solo entre los grandes murallones de las provincias despavoridas,
solo y vacío, solo y oscuro, solo y remoto, solo y extraño, solo y tremendo,
enfrentándome a la certidumbre de hundirme para siempre
en las tinieblas sin haberla inmortalizado con barro llorado,
y extraño como un lobo de mar en las lagunas.

Los años náufragos escarban, arañan, espantan
son demoníacos y ardientes como serpientes de azufre,
porque son besos rugiendo, pueblos blandiendo la contradicción,
gestos mordiendo, el pan candeal quemado del presente,
esta cosa hueca y siniestra de saberse derrumbándose,
cayendo al abismo abierto por nosotros mismos, adentro de nosotros mismos,
con nosotros mismos que nos fuimos cavando y alimentando de vísceras.

Así se está rígido, en círculo, como en un ataúd redondo y como de ida y vuelta,
aserruchando sombra, hachando sombra, apuñalando sombra,
viajando en un tren desorbitado y amargo que anda tronchado en tres mitades y llora inmóvil,
sin itinerario ni línea, ni conductor, ni brújula,
y es como si todo se hubiese cortado la lengua entera con un pedazo de andrajo.

Muertas las personas, las costumbres, las palabras,
las ciudades en las que todas las murallas están caídas, como guitarras de desolación,
y  las hojas profundas, yertas,
yo ando tronando, desorientado, y en gran cantidad
melancólicamente uncido a antiguas cosas arcaicas que periclitaron,
a maneras de ser que son yerbajos o lagartos de ruinas,
y me parece que las vías publicas son versos añejos y traicionados o cirios llovidos;
la emotividad épica se desgarra universalmente en el asesinato general del mundo,
planificado por los verdugos de los pueblos,
a la espalda de los pueblos entre las grandes alcantarillas de dólares,
o cuando miramos a1 mixtificador, ahito de banquetes episcopales
hartarse de condecoraciones y dinero con pelos, hincharse y doparse
enmascarándose en una gran pausa humana y refocilándose como un gran demonio
y un gran podrido y un gran engendro de Judas,
condecorado de bienestar burgués sobre el hambre gigante de las masas,
relajándolas y humillándolas.

Encima de bancos de palo que resuenan como tabernas,
como mítines, como iglesias o como sepulcros,
como acordeones de ladrones de mar en las oceanías de las cárceles
o como átomos en desintegración,
sentados los ancianos me aguardan desde cinco siglos
hace con los brazos cruzados a la espalda,
a la espalda de las montañas huracanadas que les golpean los testículos,
arrojándolos a la sensualidad de la ancianidad, que es terrible,
arrojándolos a patadas de los hogares y de las ciudades,
porque estos viejos lesos son todos trágicos,
arrojándolos, como guiñapos o pingajos, a la nada quebrada de las apátriadas
a lo que nadie quiere, porque nadie teme.