Cantopolítico: marzo 2011

El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, ni participa. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

lunes, marzo 21, 2011

Lugares Comunes



La lucidez es un don y es un castigo. Está todo en la palabra: Lúcido viene de Lucifer, el Arcángel rebelde, el Demonio. Pero también se llama Lucifer el Lucero del Alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer y de Lucifer viene Lux, de Ferous, que quiere decir ‘el que tiene luz, el que genera luz que permite la visión interior’. El bien y el mal, todo junto. La lucidez es dolor, y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez. El silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años, en esto se va la bella alegría animal. (Alejandra Pizarnik)

Lugares comunes es la undécima película de Adolfo Aristarain. Está basada en El renacimiento, novela de Lorenzo F. Aristarain y cuenta con un guión adaptado por Adolfo Aristarain y Kathy Saavedra.

martes, marzo 15, 2011

La difícil unidad de las fuerzas antisistémicas



Ahora que el sistema atraviesa serias dificultades para sobrevivir a mediano plazo, la actitud de las fuerzas antisistémicas empieza a jugar un papel decisivo. Mucho antes de pensar en alguna forma de unidad o de coordinación estable, debe constatarse que coexisten en el universo de quienes están por cambios de fondo una gama de diferencias que dificultan una mínima visión común de los hechos.

Un buen ejemplo es la actitud hacia la revuelta árabe y, muy en particular, el caso de Libia. Hay amplios sectores antisistémicos –o que dicen serlo– que simpatizan con Kadafi, observan la revuelta en su contra como una maniobra occidental y no dan mayor importancia a la masacre que el régimen está haciendo contra su propio pueblo. Una parte de este sector, y no me refiero sólo a algunos gobernantes, siguió con simpatía las revueltas triunfantes en Túnez y en Egipto, pero no así en aquellos países cuyos gobiernos tienen algún grado de enfrentamiento con Estados Unidos. Una hipotética revuelta popular en Irán, o en China, por ejemplo, no sería acompañada por amplios sectores que se entusiasman con revueltas similares en otros países.

Esta es apenas una de las múltiples contradicciones que atraviesan el campo anti imperial-capitalista. Todo indica que a medida que la crisis se vaya profundizando y las contradicciones se hagan más virulentas y complejas, las diferencias se harán mayores. Sin pretender agotar el tema sino apenas abrir un debate, parece necesario abordar cuatro aspectos en los que hoy se manifiestan hondas diferencias.

El primero es la actitud hacia el Estado. En el seno de los antisistémicos hay por lo menos dos posiciones contrapuestas: convertirse en Estado o rechazar ese camino para construir algo diferente. Parece evidente que la mayor parte de los movimientos están a favor de la primera opción, para la cual trabajan de modo consistente ya sea por la vía electoral o por la insurreccional o, más frecuentemente, combinando las dos. A medida que se profundiza la descomposición del sistema, parece crecer la oposición interna a los gobiernos progresistas y los alineados con el socialismo del siglo XXI, lo que tiende a reabrir un debate que iniciaron los zapatistas y algunos intelectuales en la década de 1990.

Los problemas que presenta este camino son evidentes y en esa coyuntura se hacen aún más nítidos. El riesgo de legitimar el orden mundial y de usar el aparato estatal para lo que realmente ha sido creado: controlar y reprimir a los de abajo.

La segunda cuestión ha sido planteada semanas atrás por Immanuel Wallerstein al destacar las diferencias entre quienes optan por el desarrollo y la modernidad y quienes llaman a un cambio civilizatorio, sobre todo los movimientos indígenas que apelan al “buen vivir”. Es cierto que este es un asunto crucial del cual depende el modo como se vaya a resolver la crisis sistémica, pero no está en absoluto separado de la primera opción.

Si las fuerzas que buscan cambiar el mundo optan por el camino estatal, esa lógica impone sostener el Estado del que se han hecho cargo y, en consecuencia, deben asumir el desarrollo y profundizarlo. Es lo que están haciendo los gobiernos sudamericanos a través del extractivismo. Los estados necesitan recursos urgentes e ingentes que sólo pueden conseguir cediendo territorios a la acumulación por desposesión, lo que inevitablemente choca con la resistencia de los pueblos indígenas, con campesinos y pobres urbanos.

En teoría, se puede argumentar, habría otros caminos desde el Estado. Pero los hechos dicen lo contrario. El resultado es una creciente polarización social y política, inherente al extractivismo, que hace que el Estado sea cada vez más Estado y las resistencias cada vez más porfiadas. Por el contrario, los que rechazan el camino estatal se han abocado a construir formas de poder rotativas, territoriales o no, que ya no responden a la familia de los estados-naciones.

El tercer problema se relaciona también con estas opciones. Las fuerzas antisistémicas pertenecen a dos grandes familias culturales: las que responden a la forma-Estado, como los partidos, y las que anclan su potencia en las diversas formas que asumen las comunidades. Éstas pueden ser las tradicionales comunidades indígenas renovadas y democratizadas, o bien comunidades urbanas y campesinas, pero siempre responden a otra forma de construcción.

En las coordinaciones entre estas fuerzas, por más flexibles y horizontales que sean, la cultura de la representación y la de la democracia directa suelen chocar y los entendimientos no son sencillos. Pero tienden a ser las organizaciones estadocéntricas –desde los partidos y las grandes centrales sindicales hasta las ONG– las que terminan apoderándose de los espacios comunes, monopolizando la palabra y convirtiéndose en representantes de la diversidad que, mal que nos pese, queda marginada.

No niego que en este terreno se ha avanzado bastante, que se ha conseguido construir espacios colectivos donde el respeto a la palabra y la identidad de los otros es incomparablemente mayor que antaño. Sin embargo, estamos ante una dificultad que debe ser debatida y no ocultada.

En cuarto lugar, está la cuestión de la ética. ¿Es posible compatibilizar Estado y ética? Para ser más preciso: ¿cómo se puede llevar ética a un tipo de relación, como la estatal, que separa rigurosamente medios y fines? El Estado es una relación instrumental, racional, vertical, una herramienta adecuada para mandar mandando que no puede mandar obedeciendo porque entraría en implosión, si es que su propio modo de hacer no lo impide por la fuerza.

En estos momentos tan cargados de esperanza que vivimos, asumir estos debates con serenidad supone aceptar los límites de ambas estrategias. Quienes apostamos a un camino no estatal sabemos que no estamos en condiciones, por el momento, de ir más allá de experiencias locales y regionales. Unos y otros nos necesitamos y podemos hacer juntos, a condición de colocar la honestidad y la ética en el timón de mando.

sábado, marzo 12, 2011

La Revolución Arabe, el Islam, el Imperialismo y la Izquierda latinoamericana


Fesal Chain
poeta, narrador y sociólogo chileno


1.- Introducción a propósito del artículo "Breve reflexión sobre las revueltas en el mundo árabe o la construcción social de realidad"

En dicho artículo explique que "la variable Islámica (para nosotros una variable, pero para el mundo árabe toda su cosmovisión) es fundamental". Y si es posible hablar de hipótesis, el planteamiento central fue que "el eje(...) de los levantamientos es la cosmovisión islámica no meramente contra las autocracias, sino contra toda forma que se aleja del Islam y de su preceptos genuinos (que es una evaluación dinámica de las masas y líderes islámicos que se levantan), esta evaluación incluye ciertamente a sus dirigentes (sean o no sean islámicos) y los modos occidentales de gobernar al interior de cada país árabe y obviamente los modos occidentales, imperialistas, colonialistas y europeizantes de Israel y sus aliados.

De esta manera "cualquier evaluación de los levantamientos en el mundo árabe no tiene una explicación occidental, desde la crisis económicas o desde las motivaciones de mayor o menos democratización al estilo occidental de los regímenes políticos, o desde la lucha de clases, sino desde la reacción profunda de los movimientos políticos y sociales islámicos que presionan a sus enemigos y adversarios internos y externos, en el primer caso fundamentalmente a adoptar las correcciones del modo de vida en todas las dimensiones de la vida y en el segundo caso, esencialmente como un movimiento de auto determinación de su cultura, como preservación de la autonomía contra la impuesta cosmovisión Neocon y Liberal".

2.- El Islam está presente

Bien, planteado lo anterior, he encontrado un artículo extremadamente clarificador de mi propio análisis en el Diario Página 12, escrito el Jueves 10 de Marzo por Norberto R. Méndez (1) , titulado El Islam está presente. En dicho artículo el autor plantea una cuestión importantísima para generar un marco explicativo de la Revolución Aŕabe, a partir de las características específicas de cada nación en la que las revueltas se suceden:

"...La información que brindan casi todas las redes de comunicación nos habla de la ausencia de factor religioso alguno entre los protagonistas de esta oleada democrática. Sin embargo, una mirada más atenta nos muestra que el Islam está presente bajo diferentes formas. (...) Podemos ver signos de esta presencia islámica, en su modo específicamente religioso y también religioso-político en cada uno de los países convulsionados.

(...) En Túnez, donde comenzó todo, el retorno del líder exiliado Rashid Al-Ghannoushi, fundador del partido islamista Ennahda (Renacimiento), fue celebrado por miles de partidarios. Ghannoushi ha declarado que su agrupación no busca establecer un estado islámico sino que el modelo turco de islamismo moderado.

(...) En Egipto, los Hermanos Musulmanes apoyaron la rebelión espontánea de los millones que determinaron el derrocamiento de Mubarak, aunque no puede decirse que fueron los impulsores de este movimiento de masas pero constituyen un factor insoslayable en cualquier ordenamiento político que resulte de esta pueblada, puesto que tienen un trabajo territorial entre las masas y los sectores medios bajos organizando clubes juveniles, centros de ayuda social, hospitales, organizaciones femeninas y culturales a pesar de la represión salvaje y el encarcelamiento de muchos de sus militantes. Están allí donde el Estado está ausente, desmantelado por las economías neoliberales.

El caso de Libia es muy revelador de la complejidad del Islam. Khadafi accedió al poder derrocando a la dinastía de la orden islámica Senussi, la cual a su vez había luchado bravíamente contra el invasor italiano a principios del siglo XX. El líder libio pretendió establecer una suerte de socialismo islámico al comienzo de su revolución, pero siempre persiguió a los políticos islamistas. Hoy sus opositores flamean la antigua bandera creada por la orden Senussi y gritan el característico Allahu Akbar (Dios es el más grande) cuando combaten contra las fuerzas oficialistas, pero no se definen políticamente como islamistas. Otra cuestión paradójico es que Khadafi acusa a la organización islamista Al Qaida de estar detrás de la insurrección, y la secretaria de Estado Hillary Clinton acusa a Khadafi de estar ligado a la misma organización islámica".


3.- Ahondando en el caso Libio

Teniendo como marco explicativo "que el Islam está presente bajo diferentes formas" en la Revolución Árabe y considerando el ánalisis de Norberto R. Méndez en el caso Libio que: "Khadafi accedió al poder derrocando a la dinastía de la orden islámica Senussi, la cual a su vez había luchado bravíamente contra el invasor italiano a principios del siglo XX. El líder libio pretendió establecer una suerte de socialismo islámico al comienzo de su revolución, pero siempre persiguió a los políticos islamistas", el problema, insisto, es entender las claves internas del conflicto y no hacer, por ejemplo, un análisis mecánico desde el modelo de la Guerra Fría o del modelo de intervención en Iraq.

El problema en Libia no es el Imperialismo como causa, sino la construcción por parte de Gadafi de una casta dirigencial aliada de Occidente y de un modelo que hace muchísimo que no es panarabista ni socialista, sino que promueve el el libre mercado y la intervención extranjera en Libia desde la inversión extranjera, y que el levantamiento en Libia es de los sectores islámicos, contra esas castas de dirigentes y ese proyecto occidentalista.

Que el Imperialismo europeo, norteamericano y sionista, comiencen a construir a su vez estrategias para incidir en la resolución del conflicto es evidente, cada vez que existen contradicciones internas de tal envergadura el Imperialismo tratará de imponerse. Pero no es el Imperialismo el que "generado" tal revuelta.

Desde la perspectiva islámica en Libia: "Khadafi es el enemigo de Dios" dicen las masas sublevadas, es decir eso significa para los que quieran entender dicha cosmovisión, que es enemigo de las Normas personales, comunitarias, sociales y económicas del Corán y de las Sunas del Profeta, es decir de la Chariaa, del modo de corrección de vida, de la justicia social , de la igualdad y del buen gobierno y que ha traicionado y se ha alejado de su pueblo.

El conflicto entonces es tripolar. Es preciso entender en Libia y en el mundo árabe que la lucha es entre las masas islámicas aliadas a muchos grupos pro democracia y justicia social contra las autocracias, alejadas del pueblo o tiranizándolo. Y que además en esta lucha el Imperialismo desea ganar y dominar.

3.1 En relación al Imperialismo

Evidentemente el imperalismo tampoco es el mismo de la Guerra fría y de la época de Bush padre, es mucho más sofisticado y su intromisión en el mundo árabe, hoy después de Bush hijo y el 11S, configura una injerencia a través de los procesos internos, no a rajatabla como el caso de Iraq y Afganistán. De hecho no es lo mismo anular el espacio aéreo que es un acto de guerra a intervenir con tropas masivas en terreno libio , esa distinción es fundamental aún cuando lo primero es también una expresión de la injerencia. No es un Imperialismo "bondadoso" sino uno que trabaja en función de las nuevas realidades, no así la Izquierda latinoamericana tradicional, que sigue en la lógica de la lucha colonial y paralelamente defiendo modelos autocráticos como el Libio, por intereses políticos, de defensa del modelo económico que representa y comerciales. De esta manera, la lucha teórica de esa izquierda con respecto al fenómeno libio, esta retrasada y a la vez fuertemente influida por dichos intereses.


4.- Fidel Castro y la izquierda latinoamericana

El punto es que estamos inmersos en un cambio civilizacional tal cual fue la caída de los comunismos, donde el islam y las masas árabes han comenzado a despertar de su "largo sueño embrutecedor".

De esta manera, quedarse suspendido en el Gadafi de las décadas del 70 y 80 es un retraso analítico por parte de Castro. De hecho en su primer texto afirma que: "La Revolución Libia tuvo lugar en el mes de septiembre del año 1969. Su principal dirigente fue Muammar al-Gaddafi, militar de origen beduino, quien en su más temprana juventud se inspiró en las ideas del líder egipcio Gamal Abdel Nasser. Sin duda que muchas de sus decisiones están asociadas a los cambios que se produjeron cuando, al igual que en Egipto, una monarquía débil y corrupta fue derrocada en Libia. (...) Lo que para mí es absolutamente evidente es que al Gobierno de Estados Unidos no le preocupa en absoluto la paz en Libia, y no vacilará en dar a la OTAN la orden de invadir ese rico país, tal vez en cuestión de horas o muy breves días".

Pero Castro es un hombre inteligente y aún muy lúcido y sabe perfectamente que es un pobre argumento que el levantamiento libio es un montaje del imperialismo para controlar el petróleo. Pues hace décadas que Gadafi se había ganado la confianza de los centros de negocios del mundo para que las multinacionales invirtieran en su país. Europa no requería generar una guerra civil en Libia pues estaba explotando el petróleo libio en las más óptimas condiciones de inversión.

Por ello que no pudo sino hacer un segundo análisis donde justamente sitúa a Gadafi en el eje del Capitalismo de Estado. Lo dice textual: "Es un hecho irrebatible que las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados de la OTAN con Libia en los últimos años eran excelentes, antes de que surgiera la rebelión en Egipto y en Túnez. En los encuentros de alto nivel entre Libia y los dirigentes de la OTAN ninguno de estos tenía problemas con Gadafi. El país era una fuente segura de abastecimiento de petróleo de alta calidad, gas e incluso potasio. Los problemas surgidos entre ellos durante las primeras décadas habían sido superados. Se abrieron a la inversión extranjera sectores estratégicos como la producción y distribución del petróleo. La privatización alcanzó a muchas empresas públicas. El Fondo Monetario Internacional ejerció su beatífico papel en la instrumentación de dichas operaciones"

A mi juicio entonces, Castro sólo habla, por una parte, desde la Guerra Fría, y por otra, desde sus intereses políticos y comerciales. Es decir desde una mirada bipolar y desde la defensa de un modelo y organización política que es la que quiere generar en la Cuba de Raúl, donde bastaría con que un régimen mantenga altas tasas de crecimiento y de redistribución, con altas tasas de inversión extranjera y convenios internacionales para ser legítimo frente a su pueblo.

En relación a lo propiamente comercial, todos sabemos que Venezuela es un soporte de gran importancia para Cuba hoy, y que para Castro de modo indirecto, Libia es un fuente de apoyo fundamental. Para aclarar este punto basta con entender que: "En el último viaje del presidente Chávez a Libia, en octubre de 2010, se suscribieron 10 acuerdos, en el que resalta un fondo de cooperación bilateral por 1.000 millones de dólares, a ser creado por partes iguales entre los firmantes. Además del acuerdo energético, (...) existen un acuerdo de transporte marítimo y otro aéreo (...) ; un convenio sobre agricultura (en (...) ganadería de carne, leche, arroz y turismo ecológico en el hato Piñero). También se suscribió un memorando de entendimiento para cooperación comunicacional entre la Nueva Televisión del Sur y el Instituto General de Radio y Televisión de la Gran Yamahiria; otro para la cooperación interinstitucional y educativa; un convenio de becas con la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho y la Escuela de Estudios Superiores de Trípoli; y un acuerdo para crear un grupo bilateral para complementación en industrias básicas y minería, manufactura y agricultura y comercio". (2)

Por todo lo anterior la izquierda latinoamericana, comandada aún por Castro, y por el propio Chávez, apoya el régimen de Gadafi. Porque cree que Gadafi es un modelo de acción política, económica y comercial . Y no lo es. Como tampoco Fidel, Raúl y la gerontocracia lo son para una buena parte del pueblo cubano. Y eso toda la izquierda lo sabe pero no lo dice.



Notas:
(1) Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.
(2) Fuente: El 30 de diciembre de 2010 fueron publicados en la Gaceta Oficial Extraordinaria No. 6.071 los 10 acuerdos suscritos por el presidente Chávez en su viaje a Trípoli, el 23 de octubre; y el 31 de diciembre de 2010 en la Gaceta Oficial, el Artículo 5 de la Ley Aprobatoria del Acuerdo de Cooperación Energética entre Venezuela y Libia.

domingo, marzo 06, 2011

Para un Islam del Siglo XXI

Vemos este texto como una especie de ‘resumen’ de la labor de Roger Garaudy a lo largo de los años, una especie de testamento para el siglo XXI. Creemos por ello que merece una atención muy especial, una lectura profunda. Su lenguaje sosegado no puede ocultar un grito latente lanzado a todos los musulmanes: ¡volved al Corán!, ese grito una y otra vez repetido a lo largo de este siglo, y que se ve velado por aquellos que ponen los libros de jurisprudencia por encima de la Palabra revelada. El Corán nos da las claves para volver a pensar en el sistema de gobierno islámico aquí y ahora, en un sistema judicial aquí y ahora: “Sin imitación del Occidente. Sin imitación del pasado”.

Por Roger Garaudy.
El Islam del siglo XXI no puede ser más que el Islam eterno, pues el Islam no es una religión entre otras, sino la religión fundamental y primera desde Adam hasta nosotros, desde que Dios, como dice el Corán:
“...insufló en el hombre Su espíritu.” (Corán, 25-29)

No hay un Islam de Occidente y un Islam del África Negra, ni de Arabia ó la India, ni un Islam de Indonesia. No hay más que un sólo Islam, aquél que el Corán denomina “la sunna de Dios”, la continuidad de las revelaciones proféticas en el último mensaje, el de Muhámmad.

Nuestra tarea primordial es la de atestiguar nuestra creencia islámica viviéndola en su universalidad, y no la de defender un folklore y unas tradiciones culturales particulares.

El profeta Muhámmad jamás pretendió crear una religión nueva —“No soy un innovador entre los profetas”. (46, 9; 41, 43; etc.)— sino que viene a recordar a todos los hombres la religión primordial:
“Así pues, dirige tu rostro con firmeza hacia la fe verdadera y perenne, como hanif, conforme a la disposición natural que Dios ha infundido al hombre: pues no permitir que ningún cambio corrompa lo que Dios ha creado así, tal es el propósito de la fe verdadera y perenne; pero la mayoría de la gente no lo sabe.”(Corán: 30-30)

“Decid: Creemos en Dios, en lo que nos ha sido revelado, en lo que le fue revelado a Abraham, a Ismail, a Isaac, a Jacob, y a las tribus. Creemos en lo que le fue dado a Moisés, a Jesús, y a lo que se le otorgó a los Profetas de su Señor. No hacemos distinción alguna entre ellos y lo someternos a Dios.”(Corán: 2-136; 3-84)

El profeta Muhámmad ha sido enviado por Dios para confirmar los mensajes anteriores, purificándolos de las alteraciones históricas a las que han sido sometidos, y completarlos.

Se exige al musulmán que honre a los profetas anteriores, lo que implica el conocimiento de ellos. Así lo dice el Corán:
“Si tienes duda sobre aquello que te hemos revelado, pregunta a los que leían la Escritura revelada con anterioridad a ti”.(Corán: 10-94)

Nuestra fe se verá empobrecida si la proclamamos como la mejor ¡simplemente porque ignoramos las restantes! El encerrarnos en nosotros mismos, la vanidad y la autosuficiencia son, actualmente, los obstáculos mayores para la difusión del Islam en el mundo no musulmán.

El mensaje esencial y universal del Islam, denominador común de todas las religiones y de todas las sabidurías del mundo, abarca lo siguiente:
— De la trascendencia y unidad de Dios.
— De la comunidad de los hombres.
— De su responsabilidad.

De la trascendencia

La trascendencia implica las afirmaciones siguientes:
1. La seguridad de que Dios es único —Tawhid:
“Si existieran más dioses que Dios, sería el caos” (Corán: 21-20). Y qué está por encima de toda realidad humana
2. Que Él es el Creador de todas las cosas y, en consecuencia, que no nos bastamos con nosotros mismos:
“El hombre se vuelve un ser impío en cuanto se considera autosuficiente”.
(Corán: 96-6,7)
3. De este principio de unidad y de esta conciencia de nuestra ‘dependencia’ del Dios Creador —siendo la autosuficiencia lo contrario de la trascendencia— fluye el tercer aspecto de la fe en la trascendencia: el reconocimiento de los valores absolutos que están por encima de los intereses egoístas de los individuos, de los grupos y de las naciones.

De la comunidad de los hombres

La segunda revelación del mensaje es, después de la trascendencia, la comunidad (Ummah). El principio comunitario es contrario al que rige el individualismo. Para éste, el hombre como individuo es el centro y la medida de todas las cosas.

En la perspectiva islámica de la comunidad, cada cual tiene conciencia de ser personalmente responsable de todos los demás. La humanidad es una porque Dios, su Creador, es uno. Todos los hombres tienen el mismo origen y son creados para el mismo fin:
“Todos los hombres constituyen una misma comunidad”. (Corán: 2-213).

De su responsabilidad

La tercera revelación del mensaje, después de la trascendencia y la comunidad, es la responsabilidad. El Islam es contrario al fatalismo y a la resignación. Es una fuerza subversiva e innovadora porque incluye únicamente sumisión a la voluntad de Dios y hace que el hombre sea responsable del cumplimiento de la orden divina sobre la tierra.

Todo en la naturaleza está sometido a la ley de Dios, es ‘muslim’ (musulmán quiere decir “sometido a Dios”): una piedra en su caída, un árbol en su crecimiento, un animal en sus instintos, están sometidos a la ley de Dios:
“Nuestro Señor es el que ha dado a cada cosa su forma y su ley, y la ha guiado hasta su pleno desarrollo.”(Corán:77-1,3)
Sólo el ser humano tiene el terrible privilegio de poder desobedecer:
“Hemos propuesto este mandato —ámana— [de la fe, de la libertad y, por tanto, de la responsabilidad] a los Cielos, a la tierra, y a las montañas, pero todos se han negado a asumirlo; tuvieron miedo. El hombre, en cambio, se hizo cargo. Es, ciertamente, muy impío, muy ignorante.”(Corán: 33-72)

Si se convierte en ‘musulmán’, es decir, si responde incondicionalmente a la llamada de Dios, según el ejemplo de Abraham, “el Padre de la fe” (Corán: 22-78), mediante la aceptación de ser guiado por Dios, lo hace por un acto voluntario, libre y responsable.

Por eso Dios hace que los ángeles —los cuales no tienen poder de desobedecer— se inclinen ante él. (Corán: 2-34)

“Cuando haya insuflado en él de Mi Espíritu, prosternáos ante él.”
(Corán: 25-29; 32-9; 38-72)

Cuando en el Corán se dice ‘no’ a la enemistad en materia religiosa —2-256— no se trata únicamente de excluir la enemistad física, militar o policial, sino también toda inquietud interior, espiritual; el Corán subraya:
“La verdad emana de vuestro Señor, así pues el que quiera que crea y el que no, que permanezca incrédulo”(Corán: 28-290)

También Dios dice:
“Le hemos mostrado el camino justo, que lo acepte con agradecimiento o que lo rechace.”(Corán: 76-3)

Dios, nos dice el Corán, ha hecho del hombre su jalifa en la tierra. Un jalifa no es un ejecutante subalterno y pasivo, sino un dirigente responsable, encargado de tomar decisiones. Esta función no es privilegio de algunos: es la tarea de todo musulmán:
“Vosotros los creyentes, sois responsables de vosotros mismos.”
(Corán: 5-105)

La quiebra de una civilización

Proclamar “Allahu Akbar” —Dios es el más Grande— es relativizar todo poder, toda riqueza y todo saber. Ante este grito de fe, hemos visto bajar las armas de las más insolentes armadas.

La necesidad de este mensaje expresa hoy la más evidente quiebra espiritual del Occidente. Miles de hombres y mujeres en todo el mundo que aman el futuro, sea cual sea su fe, se dan cuenta de que la civilización ha caído en quiebra, y de que abandonarse a sus embates conduce a un suicidio planetario.

La deuda de los países del llamado Tercer Mundo se agrava de año en año, y la separación no cesa de acrecentarse: el Norte siendo cada vez más rico y el Sur cada vez más pobre.

Después de cinco siglos de hegemonía sin tregua de Occidente en el mundo entero, no podríamos imaginar una gestión planetaria más desastrosa.
La causa profunda de esta política del Occidente —desde lo que denomina su ‘Renacimiento’, es decir, desde el nacimiento simultáneo en la Europa del siglo XVI del capitalismo y del colonialismo— es el abandono de la fe y su sustitución por la voluntad de poder.

A partir del momento en que una comunidad no reconoce unos valores definidos para encauzar la acción, ya no le queda más que los enfrentamientos entre las voluntades de poder, de placer y de crecimiento. Es la guerra de todos contra todos.

Occidente se encuentra en esta situación. Su verdadera religión es la fe ciega en un dios escondido: el acrecentamiento, es decir, el deseo de producir más y más, y cada vez más deprisa, no importa qué cosa sea: útil, inútil, nos sirva o sea mortal como el armamento, que es una de sus industrias más rentables. Este dios escondido es un dios cruel: exige sacrificios humanos.

Lo que caracteriza al culto de este falso dios, es que prima la capacidad del hombre sobre la trascendencia de Dios, y el individualismo sobre la comunidad.

La ‘presunción’ del hombre está proclamada, desde el Renacimiento, en el Fausto de Marlowe: “Hombre: por tu poderoso cerebro, conviértete en un dios, dueño y señor de todos los elementos”.

El individualismo es la vuelta, desde el pretendido ‘Renacimiento’, a la máxima de los sofistas de la antigua Grecia: “El hombre es el centro y la medida de todas las cosas”.

Esta quiebra de civilización ha engendrado una cultura de la desesperanza. Los falsos profetas de la nada y del absurdo reflejan este caos como si fuera inevitable y eterno, en lugar de intentar superarlo; enseñan a nuestra juventud que la vida no tiene sentido.

Si la vida no tiene sentido, todo es lícito, hasta el crimen. Y nos entregamos a todas las violencias animales entre los individuos, los grupos y las naciones: el “equilibrio de terror” se convierte en la ley de estas relaciones bestiales entre los hombres, en todos los niveles de la vida social.

La negación del sentido de la vida y de la existencia de los valores absolutos ha hecho de la ciencia y de la técnica, admirables medios al servicio del hombre, unos fines en sí mismos, tratando de hacernos creer que la ciencia y la técnica pueden resolver todos nuestros problemas, y que los problemas que ellas no resuelven —los del amor, de la belleza, del sentido de la vida— no existen.

Esta “religión de medios”, erigiendo unos medios para sus propios fines —creando falsos dioses; ciencia, técnica, estado, dinero, sexualidad, desarrollo— ha creado un nuevo politeísmo y nuevas supersticiones, ha transformado la ciencia en positivismo, la técnica en tecnología, la política en maquiavelismo.

El problema fundamental es, pues, devolver al hombre sus dimensiones propiamente humanas: la fe en la trascendencia, en Dios, en la comunidad humana, y la conciencia de nuestra responsabilidad personal.

El Islam como alternativa

Decir que el Islam puede hoy aportar soluciones a los problemas planteados por la quiebra de la hegemonía occidental no significa:
—Que pueda llevarlo a cabo solo.
—Que guarde soluciones preparadas para los problemas de nuestro tiempo.
Por el contrario, los dos principales obstáculos para el florecimiento del Islam contemporáneo son:

a) La presunción y la ignorancia de los otros. El Islam temprano, el del primer siglo de la Hégira, se extendió en menos de un siglo desde el Indo a los Pirineos, no por la conquista militar, sino porque supo integrar a todas las grandes culturas anteriores y extraer una síntesis inédita, creadora, y porque millones de creyentes de todas las religiones se han identificado con él. El Islam sólo puede reemprender su marcha mediante la apertura a todas las sabidurías y a todas las creencias que pueda reunir.

b) El triunfalismo, la presunción mortal de poseer respuestas hechas, formuladas mil años atrás por sus juristas y sus tradiciones.
Decir que el Corán “no ha omitido nada” es decir que nos ha dado un sendero eterno, que ha definido los últimos y absolutos fines de nuestra acción. Lo que no excluye la responsabilidad, para el hombre, de descubrir en cada época, en condiciones siempre nuevas, los medios de realizar estos fines.

Tratar de deducir del Corán o de la Sunnah una economía política acabada, una constitución política, o una enciclopedia sería reducir de forma ridícula el mensaje eterno a unas instituciones o teorías transitorias y coyunturales.

El mensaje revelado nos aporta infinitamente más: los fines, los principios rectores eternos, inmutables, encaminando nuestra vida interior y todas nuestras acciones, públicas o privadas; para elaborar, en cada época, por medio de su interpelación siempre nueva, las respuestas a los problemas de la economía, la política y la cultura contemporáneas.

Estos principios son simples:
—en el plano económico: sólo Dios posee;
—en el plano político: sólo Dios gobierna;
—en el plano cultural: sólo Dios sabe.
Sólo Dios posee
“Todo lo que está en el cielo y en la tierra pertenece a Dios” dice el Corán (Corán: 2-116,284; 3-109, etc.).

El hombre, su jalifa sobre la tierra, está encargado de dirigir, en el camino de Dios, esta propiedad.

Esta concepción es opuesta a la del derecho romano que define la propiedad como “el derecho de utilizar y de abusar”.

Para el musulmán, por el contrario, los deberes son anteriores a los derechos.

El hombre, responsable de la propiedad de Dios, no puede disponer de ella a su gusto: no puede destruirla según su capricho, no puede gastarla, no puede dejarla en baldío, sin darle productividad por su trabajo, no puede amontonarla:
“Anuncia un doloroso castigo a los que atesoran el oro y la plata sin gastar nada en el camino de Dios.”
(Corán: 9-34)
Y la peor maldición, en el Corán, es la formulada contra el rico Abu Lahab, al cual su misma fortuna le condena: “que sus dos manos mueran, y que muera él mismo”, y es prometido a las llamas infernales (Sura 111).

Todas las prescripciones del Corán, particularmente el zakat, transferencia social de la riqueza como exigencia religiosa, y la prohibición del riba, es decir, de todo enriquecimiento sin trabajo al servicio de Dios, tienden a impedir la acumulación de la riqueza en un polo de la sociedad y de la miseria en el otro.

Dios, en el Corán, excluye radicalmente todo régimen social en el cual el dinero sea el fundamento de una jerarquía política. Por el contrario, dice sin lugar a dudas:
“Cuando queremos destruir una ciudad... hacemos a los ricos detentadores del poder.”(Corán:17-16)

Sólo Dios gobierna

El Profeta creó en Medina una comunidad de un tipo radicalmente nuevo, que no está basada en el linaje, ni en la raza, ni en la posesión de un territorio, ni en unas relaciones de mercado, ni siquiera en una cultura común o en una historia; en definitiva, que no se fundamenta sobre nada que emane del pasado y que sea una herencia recibida, sino que crea una comunidad fundada exclusivamente en la fe, en esa respuesta incondicional a la llamada de Dios, cuyo ejemplo eterno nos lo ha dado Abraham. Tal comunidad está abierta a todos, sin considerar el origen.

Nada, por ejemplo, es más contrario al espíritu de esta Ummah musulmana que la idea occidental del nacionalismo, es decir, de un mercado protegido por un Estado, y justificado por una mitología racial, histórica, o cultural. Se tiende hacer de la “nación” un fin en sí, en contradicción con la unidad humana, que es un caso particular del tawhid, llave de la bóveda de toda visión islámica del mundo.

Así mismo el principio coránico de la shura, de la concertación, exige que en todo dominio y a todos los niveles, los miembros de la comunidad sean consultados para participar, bajo la mirada de Dios, en la elaboración y en la aplicación de las decisiones de cuyo destino depende. Este principio excluye a la vez todo el despotismo de un hombre, de una clase o de un partido, así como toda forma de democracia puramente estadística, delegada y alienada.

Con respecto a la economía, nos atañe descubrir los medios para alcanzar estos fines, para aplicar estos principios inevitables en las condiciones históricas inéditas de nuestras sociedades, combatiendo el positivismo tecnocrático, el maquiavelismo político, los enfrentamientos nacionalistas arcaicos y perversos, los intercambios desiguales, la polarización de los bloques, y los equilibrios del temor.

Sólo Dios sabe

Al mismo tiempo que del triunfalismo esterilizador, debemos guardarnos de la ilusión de que se pueda encontrar en el pasado, sin esfuerzo de reflexión y de búsqueda, unas soluciones económicas para resolver nuestros problemas actuales, o bien una constitución política resuelta.

Sería pueril reducir el Corán a una Enciclopedia, dispensando el esfuerzo encarnizado de búsqueda científica y técnica que hizo del mundo islámico el centro radiante de la cultura mundial en tiempo de la Universidad, esfuerzo de traducción y de asimilación de todas las grandes culturas del pasado, de Grecia y de Roma, de Persia y de la India, según la obligación islámica de ir a buscar la ciencia hasta en la China. De ese esfuerzo nació una síntesis original y una cultura orientada por la fe.

El principio de base es que, al igual que sólo Dios posee, sólo Dios gobierna y sólo Dios sabe. Esto excluye la pretensión faraónica de usurpar el poder de Dios, o la ilusión de conservar un saber adquirido, absoluto, alcanzando un conocimiento de las causas primarias y de los últimos fines.

El ejemplo de la Universidad Musulmana de Córdoba en el siglo X constituye, bajo este punto de vista, un modelo a través del cual hacer revivir el espíritu para desarrollar, en nuestra época, las ciencias de tal forma que no sirvan para la destrucción del hombre, sino para su expansión hacia el camino de Dios.

En esta Universidad Musulmana de Córdoba, de los siglos X al XIII, floreció la cultura en su forma total bajo tres aspectos:
— La ciencia: creando un método experimental para descubrir las relaciones entre las cosas y la interrelación de las causas.
— La Sabiduría: como reflexión sobre el sentido de cada cosa, de su relación con Dios, en un mundo armonioso y único, donde la vida tiene una significación y una meta.
— La fe: como testigo de que la ciencia no alcanza jamás la causa primera, ni la sabiduría el último final. La fe como conciencia de nuestros límites y de nuestros postulados. La fe como razón sin fronteras.

Tal concepción de la ciencia y de las técnicas permitiría hoy, y es lo que le da su actualidad, impedir que nos conduzcan a un suicidio planetario.
¿Cómo trabajar en este renacimiento del Islam?

Primeramente aprendiendo a leer el Corán, la “sunna de Dios”, y la del Profeta, tal y como el Corán nos ordena leerlo:
—No leer el Corán ni la Sunna con ojos de muerto.
—Dios ha dictado el Corán. Ha inspirado al Profeta.

Son hombres, sin embargo, los que han escuchado e interpretado la “Sunna de Dios” y del Profeta. Hombres de fe y juristas pertenecientes a una época determinada de la historia. Nos apartamos de los estudios con respeto y con toda nuestra fe, con el deseo de resolver, según su ejemplo, nuestros problemas inspirándonos en unos métodos ideados para vivir el Corán en el nuevo imperio árabe, es decir, en unas condiciones históricas profundamente diferentes a las de la comunidad de Medina.

No debemos dividirnos entre musulmanes tomando parte en querellas de otras épocas. Aquellos que actualmente dividen a los sunnitas de los chiítas son enemigos de todos los musulmanes. Pues no existe más que un Islam.
No debemos tomar partido entre las escuelas jurídicas, porque cada una de ellas ha intentado resolver los problemas de otros tiempos y de otros pueblos. Su tarea no era la de resolver los nuestros, ni la de eludirnos de esta responsabilidad.

El Profeta Muhámmad ha aportado un mensaje eterno y universal, dirigiéndose a todas las familias de la tierra.

Está dicho en el Corán “Dios está presente en cada realidad nueva” (IV, 29). Y “no cesa de crear” (XXXV, 1). “Es el Viviente” (II, 255). No se dirige a seres muertos: debemos responder a esta interpelación eternamente viviente.
— Sin imitación de Occidente.
— Sin imitación del pasado.

Consiste en imitar al Occidente desligar del Corán 220 versículos legislativos de entre más de 6.300, tratándolos según los métodos juristas romanos, es decir, tomarlos literalmente como artículos de leyes y deducir mecánicamente su aplicación, cualquiera que sea la época y la circunstancia.

La revelación del Corán es opuesta al derecho romano. El derecho romano anuncia leyes abstractas de donde no queda más que deducir, por vía de silogismos, a la manera de Aristóteles, las consecuencias aplicables a tal o cual caso concreto.

La revelación del Corán nos da ejemplos concretos de soluciones aportadas a un problema histórico determinado a partir de unos valores absolutos, de los principios inevitables y eternos emanados del mensaje.

Dios nos dice:
“Hemos propuesto a los hombres, en este Corán, toda clase de ejemplos. Probablemente reflexionarán” (Corán, 39-27).

Esta “reflexión sobre los ejemplos” no debe ser una deducción mecánica, una caída del principio a sus consecuencias, sino, al contrario, una elevación, a partir del ejemplo histórico concreto, al principio eterno, absoluto, que ha inspirado esta solución y, después de haber reflexionado, volver hacia lo concreto para encontrar, por analogía, una respuesta a un problema histórico nuevo, inédito.