Cantopolítico: julio 2010

El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, ni participa. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

sábado, julio 24, 2010

Canto de mi mismo


Yo me celebro y yo me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.

Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.

Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;
Me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.

sábado, julio 17, 2010

Balance Patriótico

En 1925, Vicente Huidobro fundó el diario Acción, en un intento por transformar la sociedad chilena.

Balance Patriótico es una crónica de dicho periódico en donde Huidobro relata el Chile de aquellos tiempos. El Chile de hoy.



Un país que apenas a los cien años de vida está viejo y carcomido, lleno de tumores y de supuraciones de cáncer como un pueblo que hubiera vivido dos mil años y se hubiera desangrado en heroísmos y conquistas.

Todos los inconvenientes de un pasado glorioso pero sin la gloria. No hay derecho para llegar a la decadencia sin haber tenido apogeo.

Un país que se muere de senectud y todavía en pañales es algo absurdo, es un contrasentido, algo así como un niño atacado de arteriosclerosis a los once años.

El sesenta por ciento de la raza, sifilítica. El noventa por ciento, heredoalcohólicos (son datos estadísticos precisos); el resto insulsos y miserables a fuerza de vivir entre la estupidez y las miserias. Sin entusiasmo, sin fe, sin esperanzas. Un pueblo de envidiosos, sordos y pálidos calumniadores, un pueblo que resume todo su anhelo de superación en cortar las alas a los que quieren elevarse y pasar una plancha de lavandera sobre el espíritu de todo aquel que desnivela el medio estrecho y embrutecido.

En Chile cuando un hombre carga algo en los sesos y quiere salvarse de la muerte, tiene que huir a países más propicios llevando su obra en los brazos como la Virgen llevaba a Jesús huyendo hacia Egipto. El odio a la superioridad se ha sublimado aquí hasta el paroxismo. Cada ciudadano es un Herodes que quisiera matar en ciernes la luz que se levante. Frente a tres o cuatro hombres de talento que posee la República, hay tres millones setecientos mil Herodes.

Y luego la desconfianza, esa desconfianza del idiota y del ignorante que no sabe distinguir si le hablan en serio o si le toman el pelo. La desconfianza que es una defensa orgánica, la defensa inconsciente del cretino que no quiere pasar por tal y cree que sonriendo podría enmascarar su cretinismo, como si la mirada del hombre sagaz no atravesara su sonrisa mejor que un reflector.

El huaso macuco disfrazado de médico que al descubrirse la teoría microbiana exclama: a mí no me meten el dedo en la boca; el huaso macuco disfrazado de artista o de político que cree que diciendo: no comprendo, mata a alguien en vez de hacer el mayor elogio.

Por eso Chile no ha tenido grandes hombres, ni podrá tenerlos en muchos siglos. ¿Qué sabios ha tenido Chile? ¿Qué teoría científica se debe a un chileno? ¿Qué teoría filosófica ha nacido en Chile? ¿Qué principio químico ha sido descubierto en Chile? ¿Qué político chileno ha tenido trascendencia universal? ¿Qué producto de fabricación chilena o qué producto del alma chilena se ha impuesto en el mundo?

No recuerdo nunca en una universidad de Europa, ni en Francia, ni Alemania; ni en ningún otro país haber oído el nombre de un chileno, ni haberlo leído en ningún texto.

Esto somos y no otra cosa. Es preciso que se diga de una vez por todas la verdad, es preciso que no vivamos sobre mentiras, ni falsas ilusiones. Es un deber, porque sólo sintiendo palpitar la herida podremos corregirnos y salvarnos aún a tiempo y mañana podremos tener hombres y no hombrinos.

Decir la verdad significa amar a su pueblo y creer que aún puede levantársele y yo adoro a Chile, amo a mi patria desesperadamente, como se ama a una madre que agoniza.

Recorred nuestros paseos, mirad las estatuas de nuestros hombres de pensamiento: ¡qué cisos de valores efectivos! A la excepción de 4 ó 5, ninguno de ellos habría sabido responder en un examen universitario de hombres serios ¡qué sabios de aldea, qué cerebros más primarios! ¿En dónde fuera de aquí iban a tener estatuas esos pobrecitos?

Es necesario levantar estatuas en los paseos y como no hay a quién elevárselas, el pueblo busca el primero que pilla, y cuando es el pueblo el que levanta monumentos, ellos surgen debido a las influencias de familias, son los hijos que levantan monumento al papá en agradecimiento por haberlos echado al mundo. ¡Es conmovedor!

¿Y el mérito, en dónde está el mérito? El pueblo pasa soñoliento y lánguido, arrastrando su cuerpo como un saco de pestes, su cuerpo gastado por la mala alimentación y carcomido de miserias y entre tanto la sombra de Francisco Bilbao llora de vergüenza en un rincón. ¿Qué hombre ha sabido sintetizar el alma nacional?

¡Pobre país; hermosa rapiña para los fuertes!

Y así vienen, así se dejan caer sobre nosotros; las inmensas riquezas de nuestro suelo son disputadas a pedazos por las casas extranjeras y ellos viendo la indolencia y la imbecilidad troglodita de los pobladores del país, se sienten amos y les tratan como a lacayos, cuando no como a bestias. Ellos fijan los precios de nuestra materia prima al salir del país y luego nos fijan otra vez los precios de esa misma materia prima al volver al país elaborada. Y como si esto fuera poco, ellos fijan el valor cotidiano de nuestra moneda.

Vengan los cuervos. Chile es un gran panizo. A la chuña, señores, corred todos, que todavía quedan migajas sobre la mesa.

¡Es algo que da náuseas!

Chile aparece como un inmenso caballo muerto, tendido en las laderas de los Andes bajo un gran revuelo de cuervos.

El poeta inglés pudo decir: “Algo huele a podrido en Dinamarca”, pero nosotros, más desgraciados que él, nos veremos obligados a decir: “Todo huele a podrido en Chile”.

Un gran banquero alemán decía en una ocasión a un ex encargado de negocios de Chile en Austria: “Los políticos chilenos se cotizan como las papas”, y un magnate de las finanzas francesas decía otra vez, y esto lo oí yo: “Desde que a los políticos argentinos les dio por ponerse honrados, el gran panizo para los negocios es Chile”.

Y esos prohombres de la política chilena, esos señores que entregarían el país maniatado por una sonrisa de Lord Curzon y unos billetes de Guggenheim, no se dan cuenta que cada vez que esos hombres les dan la mano, les escupen el rostro.

¡Qué desprecio deben sentir los señores del cobre por sus abogados!

¡Qué asco debe sentir en el fondo de su alma el amo de nuestras fuerzas eléctricas por los patrióticos tinterillos que defienden sus intereses en desmedro de los intereses del país!

Y no es culpa del extranjero que viene a negocios en nuestra tierra. Se compra lo que se vende; en un país en donde se vende conciencias, se compra conciencias. La vergüenza es para el país. El oprobio es para el vendido, no para el comprador.

Frente a la antigua oligarquía chilena, que cometió muchos errores, pero que no se vendía, se levanta hoy una nueva aristocracia de la banca, sin patriotismo, que todo lo cotiza en pesos y para la cual la política vale tanto cuanto sonante pueda sacarse de ella. Ni la una ni la otra de estas dos aristocracias ha producido grandes hombres, pero la primera, la de los apellidos vinosos, no llegó nunca a la impudicia de esta obra de los apellidos bancosos.

La historia financiera de Chile se resume en la biografía de unos cuantos señores que asaltaban el erario nacional, como Pancho Falcato asaltaba las casas de una hacienda. Pero aquéllos más cobardes que éste, porque el célebre bandido por lo menos exponía su pellejo.

¡Pobre Chile! Un país que ha tenido por toda industria el aceite de Santa Filomena y los dulces de la Antonia Tapia.

(Chile tiene hierro, Chile entero es un gran bloque de hierro y no posee Altos Hornos. La Argentina no tiene hierro y tiene Altos Hornos).

¿Y la Justicia?

La Justicia de Chile haría reir, si no hiciera llorar. Una Justicia que lleva en un platillo de la balanza la verdad y en el otro platillo, un queso. La balanza inclinada del lado del queso.

Nuestra Justicia es un absceso putrefacto que empesta el aire y hace la atmósfera irrespirable. Dura o inflexible para los de abajo, blanda y sonriente con los de arriba. Nuestra Justicia está podrida y hay que barrerla en masa. Judas sentado en el tribunal después de la crucificación, acariciando en su bolsillo las treinta monedas de su infamia, mientras interroga a un ladrón de gallinas.

Una Justicia tuerta. El ojo que mira a los grandes de la tierra, sellado, lacrado por un peso fuerte y sólo abierto el otro, el que se dirige a los pequeños, a los débiles.

Buscáis a los agitadores en el pueblo. No, mil veces no; el más grande agitador del pueblo es la Injusticia, eres tú mismo que andas buscando a los agitadores de abajo y olvidas a los de arriba.

Las instituciones, las leyes, acaso no sean malas, pero nunca hemos tenido hombres, nunca hemos tenido un alma, nos ha faltado el Hombre.

El pueblo lo siente, lo presiente y se descorazona, se desalienta, ya no tiene energías ni para irritarse, se muere automáticamente como un carro cargado de muertos que sigue rodando por el impulso adquirido.

Hace días he visto al pueblo agrupado en torno a la estatua de O’Higgins. ¿Qué hacían esos hombres al pie del monumento? ¿Qué esperaban? ¿Buscaban acaso protección a la sombra del gran patriota?

Tal vez creían ellos que el alma del Libertador flotaba en el aire y que de repente iba a reencarnarse en el bronce de su estatua y saltando desde lo alto del pedestal se lanzaría al galope por calles y avenidas, dando golpes de mandoble hasta romper su espada de tanto cortar cabezas de sinvergüenzas y miserables.

No valía la pena haberos libertado para que arrastrarais de este modo mi vieja patria, gritaría el Libertador.
Y luego, como una trompeta, exclamara a los cuatro vientos: despiértate, raza podrida, pueblo satisfecho en tu insignificancia, contento acaso de ser un mendigo harapiento del sol, resignado como un Job que lame su lepra en un establo.

Los países vecinos pasan en el tren del progreso hacia días de apogeo y de gloria. El Brasil, la Argentina, el Uruguay ya se nos pierden de vista y nosotros nos quedamos parados en la estación mirando avergonzados el convoy que se aleja. Hasta el Perú hoy es ya igual a nosotros y en cinco años más, en manos del dictador Leguía, nos dejará también atrás, como nos dejará Colombia, que se está llenando de inmigrantes europeos.

¿Y esto debido a qué? Debido a la inercia, a la poltronería, a la mediocridad de nuestros políticos, al desorden de nuestra administración, a la chuña de migajas y, sobre todo, a la falta de un alma que oriente y que dirija.

Un Congreso que era la feria sin pudicia de la imbecilidad. Un Congreso para hacer onces buenas y discursos malos.

Un municipio del cual sólo podemos decir que a veces poco ha faltado para que un municipal se llevara en la noche la puerta de la Municipalidad y la cambiase por la puerta de su casa. Si no empeñaron el reloj de la Intendencia y la estatua de San Martín, es porque en las agencias pasan poco por artefactos desmesurados.

¿Hasta cuándo, señores? ¿Hasta cuándo?

Es inútil hablar, es inútil creer que podemos hacer algo grande mientras no se sacuda todo el peso muerto de esos viejos políticos embarazados de palabras ñoñas y de frases hechas.

Al día siguiente del 23 de enero, cuando el país estaba sobre un volcán, ¿saben ustedes en qué se entretenía una de las lumbreras de nuestra vieja politiquería, a quienes preguntaban los militares qué opinaban sobre la designación de don Emilio Bello para ponerle al frente del Gobierno? En dar una conferencia de dos horas para probar que el nombramiento de don Emilio Bello era razonable, pues este caballero había sido Ministro de Relaciones cuando el General Altamirano era Ministro del Interior; por lo tanto, pasando el Ministro del Interior a la Jefatura del país, al Ministro de Relaciones le tocaba pasar al Interior, automáticamente, según las leyes, a la Vicepresidencia de la República, en caso de quedar vacante la Presidencia, y por lo tanto…, etc.

No se le ocurrió por un momento hablar de la competencia ni de la energía, ni de los méritos o defectos del señor Bello. El pobre hombre estaba buscando argucias justificativas cuando se trataba de obrar rápidamente, hipnotizado por las palabras cuando había que saltar por encima de todo. Pobre atleta enredado en la madeja de lanas de una abuela cegatona, en los momentos en que la casa está ardiendo.

He ahí el símbolo de nuestros políticos. Siempre dando golpes a los lados, jamás apuntando el martillazo en medio del clavo.

Cuando se necesita una política realista y de acción, esos señores siguen nadando sobre las olas de sus verbosidades.

Por eso es que toda nuestra insignificancia se resuelve en una sola palabra: Falta de alma.

¡Crisis de hombres! ¡Crisis de hombres! ¡Crisis de Hombre!

Porque, como dice Guerra Junqueiro, una nación no es una tienda, ni un presupuesto una Biblia. De la mera comunión de vientres no resulta una patria, resulta una piara. Socios no es lo mismo que ciudadanos. Al hablar de Italia decimos: la Italia del Dante, la Italia de Garibaldi, no la Italia de Castagneto, y es que el espíritu cuenta y cuenta por sobre todas las cosas, pues sólo el espíritu eleva el nivel de una nación y de sus compatriotas.

Se dice la Francia de Voltaire, de Luis XIV, de Víctor Hugo, la Francia de Pasteur; nadie dice la Francia de Citroen, ni de monsieur Cheron. Nadie dice la España de Pinillos, sino la España de Cervantes. Y Napoleón sólo vale más que toda la historia de la Córcega; como Cristóbal Colón vale más que toda la historia de Génova.

El mundo ignorará siempre el nombre de los pequeños politiquillos y comerciantes que vivieron en la época de los grandes hombres. Sólo aquellos que lograron representar el alma nacional llegaron hasta nosotros; de Grecia guardamos en nuestro corazón el nombre de Platón y de Pericles, pero no sabemos quiénes eran sus proveedores de ropa y alimentos.

En Chile necesitamos un alma, necesitamos un hombre en cuya garganta vengan a condensarse los clamores de tres millones y medio de hombres, en cuyo brazo vengan a condensarse las energías de todo un pueblo y cuyo corazón tome desde Tacna hasta el Cabo de Hornos el ritmo de todos los corazones del país.

Y que este hombre sepa defendernos del extranjero y de nosotros mismos.

Tenemos fama de imperialistas y todo el mundo nos mete el dedo en la boca hasta la campanilla. Nos quitan la Patagonia, la Puna de Atacama, firmamos el Tratado de Ancón, el más idiota de los tratados, y nos llaman imperialistas.

Advirtiendo de pasada que hubo un ministro de Chile en Argentina, el ministro Lastarria, que tuvo arreglado el asunto de la Patagonia, dejando a la Argentina como límite sur el Río Negro, y este ministro fue retirado de su puesto por antipatriota. Tal ha sido siempre la visión de nuestros gobernantes. Los huasos macucos tan maliciosos y tan diablos y sobre todo tan boquiabiertos.

Necesitamos lo que nunca hemos tenido, un alma. Basta repasar nuestra historia. Necesitamos un alma y un ariete, diré parafraseando al poeta íbero.

Un ariete para destruir y un alma para construir.

El descontento era tan grande, la corrupción tan general, que dos revoluciones militares estallaron al fin: la del 5 de septiembre de 1924 y la del 23 de enero de 1925.

La primera giraba a todos los vientos como veleta loca, para caer luego en el mismo desorden y en la misma corrupción que atacara en el Gobierno derrocado, echando sobre las espaldas de un solo hombre culpas que eran de todos; pero más que de nadie, de aquellos que, en vez de ayudarle, amontonaban los obstáculos en su camino.

La segunda, hecha por un grupo de verdaderos idealistas, se diría que principia a desflecarse y a perder sus rumbos iniciales al solo contacto de la eterna lepra del país, los políticos viejos.

¿Hasta cuándo tendrán la ingenuidad de creer que esa gente va a enmendarse y cambiar de un solo golpe sus manías del pasado, arraigadas hasta el fondo de las entrañas, como quien se cambia un paletó?

Dos revoluciones llenas de buenos propósitos, pero escamoteadas por los prestidigitadores de la vieja politiquería, de esa vieja politiquería incorregible y con la cual no hay que contar sino para barrerla.

El país no tiene más confianza en los viejos, no queremos nada con ellos. Entre ellos, el que no se ha vendido, está esperando que lo compren.

Y no contentos con tener las manos en el bolsillo de la nación, no han faltado gobernantes que emplearán a costillas del Fisco a más de alguna de sus conquistas amorosas, pagando con dineros del país sus ratos de placer. ¿Y éstos son los que se atreven a hablar de patriotismo? Roban, corrompen las administraciones y, como si esto fuera poco, convierten al Estado en un cabrón de casa pública.

¿Qué se puede esperar de un país en el cual al más grande de los ladrones, al que comete la más gorda de las estafas, se le llama admirativamente: ¡gallo padre! Este es un peine, dicen, y lo dejan pasar sin escupirle el rostro.

Se dice que el robo lo tenemos en la sangre, que es herencia araucana. Bonita disculpa de francachela. Pues bien, si lo tenemos en la sangre, quiere decir que hay que extirparlo cortando cabezas. Por ahí sale la sangre. Si no hay más remedio, que salga como un río.

¡Qué mueran ellos, pero no muera el país!

Que suban al arca unos cuantos Noé y los demás perezcan en el diluvio de la sangre pútrida.

Como la suma de latrocinios de los viejos políticos es ya inconmensurable, que se vayan, que se retiren. Nadie quiere saber más de ellos. Es lo menos que se les puede pedir.

Entre la vieja y la nueva generación, la lucha va a empeñarse sin cuartel. Entre los hombres de ayer sin más ideales que el vientre y el bolsillo, y la juventud que se levanta pidiendo a gritos un Chile nuevo y grande, no hay tregua posible.

Que los viejos se vayan a sus casas, no quieran que un día los jóvenes los echen al cementerio.

Todo lo grande que se ha hecho en América y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud. Bolívar actuó a los 29 años. Carrera, a los 22; O’Higgins, a los 34, y Portales, a los 36.

Que se vayan los viejos y que venga juventud limpia y fuerte, con los ojos iluminados de entusiasmo y de esperanza.

miércoles, julio 14, 2010

El grito de Córdoba y la unión latinoamericana


Debo confesar que sólo me di cuenta cabal de la trascendencia universal de la Reforma Universitaria del 18 cuando en 1975, hablando de ella en una cátedra en la Escuela de Frankfurt, los estudiantes alemanes no podían comprender cómo, en esta América Latina tan atrasada, se pudieron dar formas tan avanzadas y democráticas en el campo del saber y en la generación del poder. Y no podían creer la que hicimos, porque las universidades de esos países, tan adelantados en la económico, siguieron siendo cuasi—feudales en su régimen universitario hasta que fueron conmovidos por el mayo francés del 68 con el libertario emblema: “prohibido prohibir”.

No obstante, seguimos con las mentes colonizadas, pues todavía no nos atrevemos a decir que la Reforma Universitaria es un movimiento y una ideología de carácter universal, nacida en tierra latinoamericana, así como hoy lo es La Teología de la Liberación.

Entonces, atrevámonos, comenzando con una ruptura epistemológica con la concepción euro céntrica de la historia y del pensamiento para ir al rescate decidido y sin complejos ni prejuicios de nuestros originales aportes a la cultura mundial, desde las sociedades agroalfareras, inca y azteca hasta la contemporaneidad.


sábado, julio 10, 2010

Teoría política, ciencia y pervivencia de los mitos



Alterinfos.org, 13 de Junio de 2009.


Por Ariel Zúñiga.

Las ciencias sociales hace mucho que no avanzan pese a su cuantitativo crecimiento en cuadros de investigación, publicación de textos y lectores de los mismos debido al exponencial crecimiento de la alfabetización, aún mayor que el crecimiento vegetativo poblacional, y comparable a la matrícula universitaria. Las humanidades, ciencias sociales, ciencias físicas y especialidades técnicas se disputan por igual a los jóvenes ávidos de conocimiento, reconocimiento y o ascenso social.

Las ciencias físicas disociadas de las humanidades producen un conocimiento vasto pero banal pues sólo consiste en la respuestas de dudas arbitrariamente formuladas mientras los problemas acuciantes de la humanidad quedan postergados. Para quienes no es banal el acervo científico es para quienes ejercen el poder pues ellos han aprovechando a los científicos desde los albores de la civilización financiando su subsistencia, o incorporándolos en la corte, en calidad de artesanos calificados, hechiceros o sacerdotes.

Las ciencias sociales disociadas de las ciencias físicas producen un conocimiento aún más vasto que el anterior, y aún más banal. El aporte a los poderosos es menor pero aún significativo pues crea y recicla nuevas palabras útiles para la legitimación del ejercicio del poder. En las aulas universitarias, y en los departamentos académicos, maduran las palabras, y los sofismas, los neologismos y las entelequias, así como los agentes que las emplearán luego en el teatro de las operaciones. En algunos casos los departamentos académicos, o pseudo académicos, se trasforman en agentes directos empleados a la tarea común de engañar, confundir o cansar a las masas, principalmente a las audiencias, cuando no lisa y llanamente lavarles el cerebro. Pero en una sociedad desarrollada como la nuestra la academia de las ciencias sociales ocupa más bien un lugar, un cómodo y abrigado sitio, en la retaguardia; los medios de comunicación de masas son quienes se avocan a la tarea de engañar directamente al público, o manipular los atávicos impulsos que la ciencia día a día redescubre. Las universidades educan a los nuevos agentes y diseñan las nuevas técnicas de gobierno así como socializan a las clases ascendentes, desclasándolas, adoctrinándolas en la parábola de la dirigencia. Además homogeneizan la clase dirigente sea disminuyendo las fisuras doctrinarias o creando y recreando mitos, ideologías y o nuevas religiones.

En los últimos treinta y cinco años la ciencia ha dejado en la más absoluta obsolescencia a la mayoría del pensamiento social de los últimos tres siglos. Tal cual en su momento Copérnico, Galileo, luego Humbolt, Charles Darwin, Mendel y Einstein, las investigaciones en neurobiología, paleohistoria, paleobiología, etología, química orgánica e inorgánica y microfísica, obligan a re pensar todo lo que nos hemos acostumbrado a considerar un pilar sólido desde el cual edificar el conocimiento aplicado. La industria del pensamiento enajenado para altos ejecutivos, que inexorablemente se expande hasta los administradores de tiendas de comida rápida, han hecho suyos dichos aportes apurándose en justificar el actual estado de cosas, e inclusive sus modelos de negocios, torciéndole la nariz a tan extraordinarios descubrimientos. El poder ha aprendido la lección del colapso del poder eclesiástico, local y tradicional, debido a la negación majadera de los avances científicos tratando esta vez de hacerlos suyos.

La izquierda sin embargo, salvo contadas excepciones, no ha conseguido estar a la altura de las circunstancias, es más, parece ni percatarse de que esto ocurre. Mientras en el siglo XIX Marx celebraba el auge del ferrocarril y de las telecomunicaciones, los aportes de los economistas escoceses y los estudios de Darwin, y Engels hacía propios los avances de la antropología física y social más sofisticada de su época, las ansias de poder dirigidas a materializar el socialismo desviaron la mirada hacia cuestiones aparentemente más concretas, prontamente el aporte marxista se oscureció a propósito que la ciencia dejó de ser su fuente primordial. El triunfo bolchevique implicó la ruptura definitiva y desde entonces se han formado millones de adherentes que siguen considerando científica a la glosa de textos sagrados, escritos en alemán o inglés y traducidos por algún burócrata al ruso, y por otro a la vernácula, y hasta de otras barbaridades escritas directamente en ruso. En Europa y los EEUU, desde la intelectualidad marxista, se comenzó a transitar un oscuro sendero en paralelo al moscovita y que condujo a la ruptura radical que existe hoy entre ciencias sociales y ciencias físicas.

Si bien la intelectualidad occidental no es exclusivamente marxista ni de izquierda, el poder iconoclasta del conocimiento había causado estragos en el poder tradicional desde antes de Sócrates inclusive, pasando por Montaigne, Locke y Voltaire. La ciencia social de derecha, la que quiere justificar el statu quo y el uti possidetis (el mundo tal cual es, que no se moleste a los actuales propietarios ni gobernantes) no ha precisado de un mayor desarrollo pues le basta con acicalar a los mitos existentes y en casos extremos crear otros nuevos. El pensamiento social en estado puro, si se pudiera designar de ese modo, que hicieron gala pensadores como Max Weber, Émile Durkheim e incluso el propio Marx, influenciaron a tal grado a quienes los precedieron debido a que cada una de sus conclusiones se basaba en el acervo científico asentado, y en todo aquello que desconocían especularon fundadamente. Su propósito no fue, por lo tanto, revestir a los ídolos reinterpretando los mitos, sino que por el contrario el desnudarlos.

El paso en falso se cometió una vez que dichos autores estaban muertos, y eso ocurrió tanto en oriente como en occidente, pero en ambos por pensadores de izquierda. El auge del colonialismo impulsó a la lingüística y luego a lo que conocemos como antropología. La diversidad cultural del mundo comenzó a minar las serias conclusiones de Durkheim, Weber y Marx; dicha producción para una parte importante del mundo se silenció y para otra se interpretó a gusto. La división disciplinar coadyuvó a que dichos avances no contaminaran a las ciencias sociales las que preferían ser influenciadas por la mitología nacionalista o redencional de derecha. Mientras la antropología realizaba su gran salto hacia delante la escuela de Francfurt, por ejemplo, releía a Hegel, un tipo vulgar, supersticioso y embustero según los estándares científicos de mediados del siglo XX; o se encandilaba con Freud, otro charlatán de la misma cepa.

Actualmente el escaso tiempo de los estudiantes de ciencias sociales se agota en relecturas ingeniosas, provocadoras, de complejos textos que descansan en la nada. Tonteras tales como arqueologías de esto o aquello, sin entender qué diantres es la arqueología, o la gramática de lo otro (como si las palabras se comieran en la África subsahariana o abrigaran en la Araucanía) son una muestra elocuente de la degradación que estoy reseñando. Autores que descansan plácidamente en Foucault como si se tratara de una eminencia en la historiografía, y lo apuntalan con los gastados ropajes del iracundo Nietzsche o con el falso ídolo del “estructuralismo”, entelequia que consiguió por sí misma desterrar a la antropología del mundo del saber serio; y o se refugian en las petit bouche intelectuales de Derrida, Lacán & Guattari. La forma de validar todo aquel idiotismo ilustrado es mediante un laxo Marx, uno que da para todo, por lo tanto es al mismo tiempo sospechoso y ofensivo que alguien pretenda hoy por hoy defender algún proyecto de cualquier tipo en el vilipendiado Marx o en el vulgarizado marxismo. Si la ciencia social de izquierda es hoy revestir a los ídolos y reciclar a los mitos sin lugar a dudas no existiría ninguna diferencia entre derecha e izquierda, al menos en las ciencias sociales.

Insistir en el derrotero del divisionismo epistemológico no sólo es catastrófico para la academia sino que para la izquierda toda. Las ciencias sociales en los tiempos de Marx eran parte integrante del conocimiento, del acervo cultural y científico, eso permitió que cambiara definitivamente la perspectiva desde la cual se mira a la humanidad. Pero demasiado tiempo ha pasado, poco para otras épocas, a penas un siglo y medio, pero en el que se han producido tantos descubrimientos científicos como en los siete millones de años de humanidad precedente. Considerar el avance de las ciencias como un enemigo de las ciencias sociales, por minar las bases dogmáticas convenidas políticamente, es el ejemplo más patente y patético de la decadencia, de la subsunción de lo académico en lo teológico, y esto último en lo global teocrático.

Hoy sabemos que el hombre no vivía en un mundo idílico antes de la civilización, pero tampoco en sus antípodas. Podemos especular fundadamente que el hombre al separarse del resto de los chimpancés, hace siete millones de años, consiguió transformarse en un primate extraordinariamente pacífico. Mientras se erguía y adquiría habilidades mecánicas y cerebrales para asir objetos, y por lo mismo poder utilizarlos como armas, el cráneo se hizo cada vez más delgado, y por lo tanto frágil. El hombre lobo de otro hombre no habría logrado sobrevivir, poblar a todo el mundo e inclusive prosperar. Tanto el mito del buen salvaje como la del bárbaro hostil no sólo corresponden a exageraciones sino que a la imaginación desbocada, disociada del conocimiento verificable. Sin embargo la teoría política de derecha se basa en la maldad esencial del hombre así como la de izquierda en su bondad.

En todo aquello que ha sido especular, las construcciones actuales son equivalentes a las de los ilustrados de cualquier época, e incluso inferiores, lo que explica la constante recurrencia a los clásicos. Esto es porque en otros momentos existía mucho tiempo para el pensamiento puro y la oportunidad de emplearlo, debido a la carencia del información. Era un océano de ignorancia que debía ser llenado desde la cabeza de un solo hombre o de algunos terlulianos. Hoy son cinco oceános de densa información pero aún existe espacio para el pensamiento puro pues se nos ha abierto un universo de ignorancia que debemos avocarnos a comprender. Pero dicho pensamiento está sujeto, al igual que en los tiempos de Aristóteles, a lo que ya sabemos, a lo que no podemos ignorar; nuestras especulaciones transitan un estrecho sendero que trabajosamente hemos horadado con la duda en el granito de la certeza.

Podemos especular qué hizo el hombre aquellos cien y tantos mil años en que hablaba pero no construyó estados, imperios, ni ejércitos, pero debemos sujetarnos a lo que sabemos, lo que nos obliga a desprendernos de los mitos.

La ciencia nos permite explicar el comportamiento del hombre, y con ello aceptar que nuestra distancia con las bestias no es tan abismante como se cree. La elección de pareja, las pulsiones gregarias, los impulsos por distinguirse y por mimetizarse al mismo tiempo, son extensiones de nuestra animalidad mediadas por una cultura omnipresente.

La teoría de la circunscripción de Carneiro, por ejemplo, nos permite completar el concepto de revolución neolítica de Gordon Childe pudiendo entender cómo se llegó del pacífico pastoreo, de la huerta primitiva hasta la bestialidad de la cultura moche o asiria. El surgimiento del Estado no fue un hecho pactado por ciudadanos libres como lo creía Rousseau o Locke, e hipócritamente toda la ciencia política liberal; tampoco una imposición de los hechos por sobre los hombres como lo desea la derecha. No se trató ni del único modo de evitar la violencia de unos sobre otros como lo pensó Hobbes, o de una evolución necesaria como nos tratan de decir algunos vulgares positivistas conservadores. Los estados se constituyeron debido al control de algunos grupos de las fuentes alimenticias de todos los humanos sedentarizados a kilómetros a la redonda, lo que obligó a unos para evitar la muerte o el exilio (que seguramente conducía a la muerte por inanición) aceptar las rigurosas condiciones impuestas desde una cúpula, desde los tributos pasando por el reclutamiento forzado de los hijos o la posesión ritual de las mujeres.

Estos asuntos son aún más complejos de lo que parecían hace cien años pues ningún evento se deriva necesariamente de otro anterior como ningún otro es suficiente para avanzar o desandar algún paso. El Estado no se originó como lo pensó Marx, explicado detalladamente por Engels: No fue la constitución de las clases derivada del tránsito del matriarcado al patriarcado, al monopolizar este poder la propiedad colectiva privatizándola. Por lo tanto la abolición de la propiedad privada no nos conducirá jamás a un comunismo pues, ni existiría dicho comunismo primitivo ni el Estado dependería únicamente de la propiedad privada ni de la división sexual del trabajo. Tampoco las especulaciones de Weber y de Durkheim son acertadas, y es lógico porque todos estos autores escribieron en la supina ignorancia de lo que hoy es conocimiento accesible a un escolar. Instar a destruir al Estado sin comprender de qué modo este ha prefigurado la cultura y la economía, y peor aún se ha globalizado, no pasa de ser un delirio anarquista tal cual creer en la bondad inherente del hombre, esencialismos teológicos creados y conservados con independencia de las evidencias. Lo grave es que se siga pensando a espalda de estas obviedades, pueriles extensiones de lo que alguna vez hizo Kojève o Fukuyama.

En fin, el riesgo mayor en estos momentos es que los avances científicos sean apropiados por una ciencia social de derecha, renovada, que se impulse con el conocimiento nuevo tal cual lo hizo la izquierda en su génesis. Es urgente apropiarse del conocimiento científico y reformular una teoría destinada a la emancipación del hombre. Se debe asumir que en vez que hacer marxismo del siglo XXI se debe hacer marxismo como lo haría Marx en el siglo XXI, es decir, pensamiento científico, pensamiento desde la ciencia no usurpando la legitimidad de esta para vender una sarta de marchitas supersticiones.

martes, julio 06, 2010

¿Por qué Marx dijo: Yo no soy marxista?


Aporrea.org, 19 de Enero de 2010.


Por Javier Biardeau R.

Es poco conocido que, en vista de la enorme acumulación de disparates e imposturas que, ya a partir de 1870, empezaban a hacerse y decirse en nombre del marxismo, el propio Marx decidió desmarcarse y sentenciar con contundencia: «tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas marxiste» (lo único que sé es que yo no soy marxista). Pero la ironía de la historia es que Marx no logró impedir que se siguieran acumulando disparates ni imposturas en su nombre, obviamente luego de su muerte en 1883.

Sin duda, para saber si se aproximan o no a las prácticas socialistas revolucionarias que prefiguraba el pensamiento marxiano, algunas acciones, discursos o políticas del llamado Socialismo de, en, o para el siglo XXI, será necesario seguir al pie de la letra, no un trazo filológico o hermenéutico, sino colocar por delante aquella sentencia:

«Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida». (Marx-Engels: La ideología Alemana).

Y en términos de políticas de Estado y su relación con las estructuras de clase, analizar con precisión que:La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento y especulación, la relación existente entre la estructura social y política, y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad». (Marx-Engels: La ideología Alemana)

Experimentamos tiempos de interpretaciones polémicas, abiertas y libertarias. Tiempos de hermenéuticas críticas, de deconstrucciones, de semióticas vinculantes, de pensamiento crítico socialista, como base de posturas reflexivas en momentos de crisis de la modernidad occidental, del capitalismo neoliberal, del fundamentalismo de mercado, del modelo de democracia tutelada por el imperio, de sus certezas amalgamadas.

La evidencia polémica indica que tampoco es tiempo de dogmatismos estériles, de seguidismos ideológicos, de calcos y copias, de simples replicas o imitaciones de un pensamiento que se correspondió tal vez, a un determinado ciclo de luchas por el socialismo (ortodoxia bolchevique), a sus inventarios e inercias históricas, pero que sencillamente ha colapsado junto a la implosión del socialismo real.

Nuevos ciclos de lucha para revoluciones sociales y políticas, si quieren ser radicales, no pueden estar acompañadas de una profunda regresión o estancamiento en el terreno del pensamiento crítico, en lo teórico, en lo ideológico, en la epistemología o en la gnoseología. No es con guiones de manuales del comunismo científico, que podrán reimpulsarse las rupturas necesarias en cada uno de los eslabones de las cadenas de la dominación social, en todas sus manifestaciones en la existencia social: explotación económica, coerción política, hegemonía ideológica, exclusión social y negación cultural.

Se requiere una renovación del pensamiento crítico socialista, una plataforma teórica revolucionaria, una red de nodos de pensamientos insurgentes y saberes contra-hegemónicos, de teorías contra-sistémicas que al menos conserven algunos de los espíritus de emancipación radical de Marx y Engels.

Pero no basta autodefinirse, entonces, en las actuales circunstancias como marxista, como asimiladores de las verdades universales del socialismo científico, después de comprender lo que significó para Marx decir que yo no soy marxista, despúes de lo que puede significar el marxismo crítico en una época posracionalista, posmetafisica y poscientífica.

Tampoco basta una profundización del sentido de esta críptica declaración, pues hay que reconocer en el campo de las izquierdas de diferentes tradiciones y corrientes del marxismo, desde las más autonomistas, heterodoxas, críticas, abiertas y libertarias, hasta las más reaccionarias, burocráticas, dogmáticas y despóticas.
Digámoslo con claridad: solo podemos hablar de la multiplicidad de marxismo(s). Esto entraña una pregunta pertinente: ¿Desde cuál marxismo me habla quien afirme hoy: Asumo el marxismo"?

Engels le comentó en carta a Bloch (1890):

«Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos «marxistas» y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado...»

Se refería Engels en esta carta al reduccionismo económico y mecanicismo de muchos “nuevos marxistas”(los que hablaban de infraestructuras y superestructuras como si fuesen campos separados), que pretenden encontrar una suerte de dogma infalible en vez de asumir los problemas de un sistema teórico abierto, en permanente construcción de sus matrices conceptuales, sometido al rigor de la consistencia de sus metodologías, y sin dejar de lado la contrastación de sus proposiciones con los fenómenos, procesos y tendencias de la realidad histórica, política, económica y social.

Engels apuntaba no solo a criticar a quienes cacarean las tesis fundamentales, sino a comprender en profundidad la complejidad de una auténtica revolución teórica inconclusa, un programa de investigación-acción de alcance revolucionario, como momento teórico inmanente a la praxis revolucionaria, que desbordaba las convencionales consideraciones de la filosofía o la ciencia académica; es decir, del episteme dominante en el capitalismo moderno europeo en el siglo XIX.

Y como momento de la actividad teórica crítica, se trataba de una postulación abierta, revisable, debatible, en constante restructuración y renovación. No se trataba de dogmas, entonces. Se trataba de una dialéctica revolucionaria sin dogmatismos. De la conjunción de una concepción materialista de la historia, de una crítica a la economía política burguesa y del despliegue del método dialectico, algo muy distinto a la simplificación del “materialismo histórico” y del “materialismo dialéctico” (DIAMAT/HISMAT).

Por tanto, será necesario referirse polémicamente a algunos elementos sustantivos, en tiempos de “aligeramiento de los fundamentos” de aquella concepción, para cuestionar que sea el modelo de socialismo burocrático-despótico, la vía de construcción del socialismo en el siglo XXI.

Por ejemplo, Marx planteaba un imperativo ético-político en su crítica a la filosofía del derecho de Hegel, que prefiguraba su posición crítica frente a la civilización del Capital:
“Subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable” (Marx: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel).
Voluntad subversiva, humanismo revolucionario. De allí parte la crítica radical de Marx a la civilización del Capital:
“Radikal sein ist die Sache an der Wurzel fassen. Die Wurzel für den Menschen ist aber der Mensch selbst.”. “Ser radical es tomar el asunto de raíz. Pero, la raíz para el hombre es el hombre mismo”. (Marx: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel)

Una de los peores desvaríos de los nuevos marxistas fue el de asimilar acríticamente la versión del Marx joven y el Marx viejo, del Marx ideológico y del Marx científico. Una separación de campos, que opacaba la multiplicidad de la obra crítica y abierta de Marx, que devenía en interpretación codificada, no solo en una lectura sintomal, que pretendía convertirse en clave de bóveda de la literalidad esencial del pensamiento de Marx.

Hoy sabemos que ya no existe aquella metafísica de la presencia en el acto interpretativo, que hay múltiples estratos de significación y contextos de uso en la cadena discursiva, en la riqueza de la obra abierta y crítica de Marx. En fin, que el territorio del pensamiento de Marx es aún una vasta e inexplorada extensión a ser cartografiada desde diferentes marcos interpretativos, pero no acuartelada y amurallada por un dogma, que es en el fondo un revisionismo simplificador y tramposo.

Quién hable desde el dogma se descalifica de entrada. Hay corrientes del marxismo, no una ni dos, sino múltiples lecturas de Marx. Ya no hay aparato político, estatal o académico que asegure tener la única versión del marxismo, que asegure un orden del discurso exclusivo para la obra marxiana.
Lo que existe es una polémica dialógica entre corrientes y tradiciones marxistas, una diversidad de horizontes de comprensión del pensamiento marxiano, con inevitables consecuencias en el campo político-estratégico. Por tal razón, habrá que recordar que:

«Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa». (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista)

El movimiento proletario es un movimiento autónomo, en primer lugar, no es un movimiento heterónomo, guiado desde afuera y desde arriba por otras grupos, sectores y clases, por los intelectuales orgánicos del Capital o de la burocracia estatal.

Es además el movimiento de una inmensa mayoría, de un bloque social de explotados y oprimidos, en función de los intereses de la mayoría inmensa. Se trata del movimiento autónomo de la multitud.

No hay pues compatibilidad alguna entre el imaginario jacobino-blanquista y el imaginario marxiano. Marx no planteó revoluciones de “minorías conspirativas”, o revoluciones desde arriba. Allí hay una disyunción entre Lenin y Marx, y entre toda la ortodoxia soviética y Marx, por más acrobacias que realice la escatología marxista-leninista ortodoxa.

Ni la autoridad intelectual de Bujarin, ni el despotismo de Stalin, sirven ya para engañarnos. La revolución marxiana fue desde entonces una revolución democrática y socialista de multitudes. Sin este atributo deja de ser consistente con el pensamiento marxiano. Por tanto, nada de veneraciones supersticiosas al Estado, a su maquinaria burocrática, a sus funcionarios y capas administrativas, con sus propios intereses:

«La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella». (Marx: Critica al programa de Gotha)

No hay Estadolatría posible en el pensamiento marxiano. El Estado es un órgano que debe estar subordinado en todo momento y circunstancia a los intereses de la nueva sociedad naciente en el proceso de transición al socialismo:

«Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil». (Engels: prologo a la Guerra civil en Francia)

El Estado de transición debe ser nuevo y verdaderamente democrático, devenir semi-estado hasta transformarse en una asociación de hombres y mujeres libres. Continúa Engels:

«Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase».


Queda claro, que los promotores de la veneración supersticiosa del Estado quedan muy mal parados en este texto, el Estado no es el reino de Dios en la tierra, ni el campo donde se hacen realidad ni la verdad ni la justicia. La gente se acostumbra, como decía también Etienne de la Botie en el discurso de la servidumbre voluntaria, a pensar que los asuntos comunes no puedan ser mirados de manera distinta que a través del Estado y sus funcionarios. Pero los asuntos comunes, la experiencia de lo común, los territorios existenciales del comunismo democrático no son asuntos predominantemente estatales. La experiencia de lo común, sus territorios existenciales, desbordan cualquier encuadramiento estatista:

“El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.” (Marx: La guerra civil en Francia)

Habrá ciertamente para Marx y Engels, un Estado radicalmente democrático de transición, que amputara los peores lados de esta mal (El Estado, estimados es un mal necesario en las primeras fases, pero es un mal). Así como los seres humanos dependen de las circunstancias sociales, históricas y culturales, la praxis revolucionaria puede y debe transformar estas circunstancias, debe amputar inmediatamente los peores lados de este mal, sobre todo el lado despótico del Estado.

No basta leer a Marx y Engels, a través del filtro de Lenin o de cualquier ortodoxia soviética, hay que prácticamente sumergirse en las aguas del pensamiento de los clásicos, antes de someterse a las lecturas de las corrientes, sean socialdemocratas reformistas o marxista-leninistas ortodoxas.

Para deshacerse del trasto viejo del Estado, nuevas generaciones tendrán que educarse en condiciones nuevas y libres. No será con una educación para la servidumbre al Estado, para la sumisión ideológica al Estado, en condiciones donde no impere la más amplia libertad, que se podrá deshacerse del "trasto viejo del Estado», y así mismo, de la Estadolatría.

«Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase. Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos». (Marx-Engels: Manifiesto del Partido Comunista)

La producción, entonces, estará concentrada en manos de la sociedad, será propiedad socializada, no estatizada. Y para que esta condición sea cumplida, el proletariado debe ser clase gobernante, no clase espectadora o mediatizada, clase representada o sometida, en fín clase que deviene clase gobernante del órgano del Estado, de un Estado radicalmente democratizado, que impulse la transformación de la sociedad burguesa, de su régimen de producción, de las condiciones socio-genéticas del antagonismo de clase, para sustituirla por una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.

Se trata nada mas y nada menos que de una comunidad de hombres y mujeres libres, no de un Estado totopoderoso que administra los intereses comunes en nombre de la asociación. El Estado es el órgano subordinado, no el órgano subordinante. En otro texto Engels agrega:

«La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución. Esta solución sólo puede estar en reconocer de un modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas y por lo tanto en armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción. Para esto, no hay más que un camino: que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas fuerzas productivas, que ya no admite otra dirección que la suya».

La estatización puede ser una medida transitoria de una fase transitoria, pero es incompleta e incluso una falsa solución del conflicto, si abandona el horizonte de la socialización económica y política, de la crítica radical a los estados de dominación económica y política. Es la sociedad la que debe tomar sin rodeos, posesión efectiva de las fuerzas productivas, otorgándole una dirección al modo de producción, apropiación y cambio. Se trata como veremos de la planificación social, no de la planificación estatal en sentido estricto:

«Haciéndolo así, el carácter social de los medios de producción y de los productos, que hoy se vuelve contra los mismos productores, rompiendo periódicamente los cauces del modo de producción y de cambio, y que sólo puede imponerse con una fuerza y eficacia tan destructoras como el impulso ciego de las leyes naturales, será puesto en vigor con plena conciencia por los productores y se convertirá, de causa constante de perturbaciones y de cataclismos periódicos, en la palanca más poderosa de la producción misma.” (Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico)

La planificación social se hace con plena conciencia de los productores directos; es decir, con conocimiento de condiciones y causas de los procesos y tendencias económico-políticas, con la intervención decisiva de los trabajadores, no con la planificación de los burócratas como presuntos representantes del interés general. El proletariado es no sólo clase gobernante en el poder político, sino clase gobernante en el terreno del poder económico, pués como dirá Gramsci, la hegemonía nace en la fábrica. La palanca de la producción estará en manos de una mayoría inmensa en favor de la inmensa mayoría.Se trata entonces de democracia económica y social, de planificación democrática de los trabajadores y consumidores. Continúa Engels:

«Las fuerzas activas de la sociedad obran, mientras no las conocemos y contamos con ellas, exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, destructor. Pero, una vez conocidas, tan pronto como se ha sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, en nuestras manos está el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo que ocurre, muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de producción. Mientras nos resistamos obstinadamente a comprender su naturaleza y su carácter -y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción y sus defensores-, estas fuerzas actuarán a pesar de nosotros, contra nosotros, y nos dominarán, como hemos puesto bien de relieve. En cambio, tan pronto como penetremos en su naturaleza, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertirán, de tiranos demoníacos, en sumisas servidoras».

En manos de los productores libremente asociados, con conciencia y conocimiento de la acción, tendencia y efectos, comprendiendo la naturaleza y carácter de las modernas fuerzas de producción, es posible transformar el sistema económico capitalista para hacer de sus fuerzas económicas no «tiranos demoniacos», sino »sumisas servidoras».

Esto implica una doble apropiación por parte de los productores libremente asociados: apropiación social y política de las fuerzas productivas, pero además apropiación científico-técnica, del saber-conocimiento previamente expropiado por los gestores y administradores delegados por el despotismo del capital.
Lucha por la apropiación del conocimiento, por el saber experto para la gestión de las fuerzas productivas, por parte de las clases trabajadoras, para participar en la dirección de las fuerzas económicas a través de la planificación social. Ruptura de la división despótica del trabajo, nueva cooperación social en el trabajo.
“Es la misma diferencia que hay entre el poder destructor de la electricidad en los rayos de la tormenta y la electricidad sujeta en el telégrafo y en el arco voltaico; la diferencia que hay entre el incendio y el fuego puesto al servicio del hombre. El día en que las fuerzas productivas de la sociedad moderna se sometan al régimen congruente con su naturaleza, por fin conocida, la anarquía social de la producción dejará el puesto a una reglamentación colectiva y organizada de la producción acorde con las necesidades de la sociedad y de cada individuo. Y el régimen capitalista de apropiación, en que el producto esclaviza primero a quien lo crea y luego a quien se lo apropia, será sustituido por el régimen de apropiación del producto que el carácter de los modernos medios de producción está reclamando: de una parte, apropiación directamente social, como medio para mantener y ampliar la producción; de otra parte, apropiación directamente individual, como medio de vida y de disfrute».

Aquí Engels es más claro que todos los burócratas del socialismo real: reglamentación colectiva y organizada de la producción de acuerdo a las necesidades de la sociedad, y, ¡oh sorpresa!, de acuerdo a las necesidades de cada individuo. La ampliación de la producción es necesaria en el proceso de apropiación social; es decir, aumentar la productividad de medios de vida y de disfrute para asegurar, la apropiación directamente individual, como medio de vida y de disfrute.

«De cada quien de acuerdo a sus necesidades, de cada cual de acuerdo a sus capacidades» (sentencia que fue originaria de Louis Blanc, y no de Marx o Engels) debe ser conjugada entonces, con la cuestión de la planificación social de los productores libremente asociados (no con la mera planificación de la burocracia del estado), lo que implica, que "el libre desarrollo de cada uno sea condición del libre desarrollo de todos».

Una visión, por tanto, completamente democrática y libertaria de la planificación social, que desborda cualquier imaginario estatista-despótico, que impida la implicación e intervención directa de los productores directos en la dirección de las fuerzas económicas:

«El modo capitalista de producción, al convertir más y más en proletarios a la inmensa mayoría de los individuos de cada país, crea la fuerza que, si no quiere perecer, está obligada a hacer esa revolución. Y, al forzar cada vez más la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución ha de producirse. El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado».

Para Engels, a diferencia del imaginario jacobino-blanquista o del imaginario burocrático, la condición de posibilidad de la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, es que el proletariado sea efectivamente clase gobernante.

El problema del poder político de clase está directamente vinculado al poder económico, para comprender el camino por la que una revolución democrática y socialista ha de producirse, en el horizonte de destruir la estrecha concepción corporativa o particular de soberanía en tanto clase, para abolir las condiciones del antagonismo de clase. Veamos:

«Pero con este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado, y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y con ello mismo, el Estado como tal (Engels lo dice con claridad, no es que espera a que se extinga el Estado, sino que destruye el Estado en cuanto tal). La sociedad, que se había movido hasta el presente entre antagonismos de clase, ha necesitado del Estado o sea, de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y, por tanto, particularmente, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente».

El Estado de clase mantiene las condiciones exteriores de la producción, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de la opresión; en el caso del capitalismo, bajo el trabajo asalariado. Patrono público o privado es patrono explotador. Para Engels, todas las ficciones jurídicas del contrato libre se vienen abajo, cuando comprendemos que las normas jurídicas requieren de la existencia del Estado para mantener su vigencia y eficacia, bajo el uso de la coacción organizada de clase.

La norma jurídica del contrato libre depende para su vigencia de la fuerza pública del Estado. Es el Estado burgués quien asegura la legislación laboral y las condiciones de opresión, mediante el uso o amenaza de uso de la violencia legal. Para Engels, las llamadas superestructuras intervienen eficazmente en las infraestructuras (Como aparece claramente en la carta a Bloch y en otros documentos):

«El Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un cuerpo social visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su época representaba a toda la sociedad: en la antigüedad era el Estado de los ciudadanos esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esto, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión que es el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no es «abolido»; se extingue. Partiendo de esto es como hay que juzgar el valor de esa frase del Estado popular libre en lo que toca a su justificación provisional como consigna de agitación y en lo que se refiere a su falta de fundamento científico. Partiendo de esto es también como debe ser considerada la reivindicación de los llamados anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana». (Engels: Del socialismo utópico al Socialismo científico)

El Estado ni la revolución se hacen por decreto. Seria interesante desentrañar frente a estos enunciados cómo algunas corrientes aparentemente marxistas, se convirtieron en una suerte de filosofastros del Estado, en defensores de la permanente intervención de la autoridad represiva del Estado en las relaciones sociales, llevando al paroxismo el «gobierno sobre las personas», el despotismo generalizado.

Habrá que recordarles siempre que se trata de un órgano subordinado a la sociedad, que debe ser radicalmente democrático aún el las fases de transición, y que depende enteramente del control de «la inmensa mayoría para el interés de la mayoría inmensa» de sus instrumentos administrativos, de planificación y políticos. Sin Estado radicalmente democrático, sin socialización del poder, sin autogobierno de masas, no hay revolución socialista alguna.

La conclusión provisional es sencilla: los promotores del Socialismo de Estado, del Socialismo Burocrático-Despótico podrán autodenominarse marxistas, pero a la luz del pensamiento marxiano, se comprende por qué Engels crítica a los llamados nuevos marxistas, y por qué Marx llegó a decir: Yo no soy marxista.